jueves, 27 de diciembre de 2012

UN CUENTO DE NAVIDAD.

Hace ya demasiados años que la palabra viajar se divorció definitivamente de la palabra aventura. Hoy en día, pocos lugares quedan en el mundo en los que uno pueda sentir la primorosa excitación de saber que está visitando algo que es desconocido para el resto de los mortales, o casi. Esto ya pertenece al reino de las utopías. Ahora, vayas donde vayas, la pureza representada por el indígena y sus vírgenes tierras ha mutado en un teatro que representa lo que originalmente fue la vida de estos habitantes de lo salvaje, una función diseñada para sacarle al visitante los dólares necesarios con los que los actores puedan comprar, principalmente, cosas que les acerquen más al modo de vida de esos mismos turistas que creen estar presenciando el origen de los tiempos. Esa es la paradoja. Los unos querrían vivir como los otros, pero no se atreven a cambiar; y los otros querrían vivir como los unos, pero no pueden cambiar. La verdad, incluso en el turismo, ya murió. Los escasos habitantes verdaderos de este planeta, los que no saben todavía lo que es una cámara de fotos, permanecen, gracias a diversas organizaciones, protegidos del acoso del turismo. Esa aventura está vetada y bien que me parece.
Sin embargo, la palabra aventura también tiene una acepción particular, propia, la que uno considera que  es válida para una experiencia que ha vivido. Y aquí es donde quería llegar con todo este rollo: creo que he vivido una aventura. Vamos a ella.

Como os dije anteriormente, Panamá me sorprendió por el contraste de las dos ciudades. Una, la parte vieja construida por los españoles, la que tanto se parecía a la Habana Vieja, era el lugar al que llegaban todas las riquezas extraídas del expolio del imperio de los Incas para pasar por tierra al mar Atlántico, desde donde se embarcaban para llevarlas a España. Pero los piratas ingleses, capitaneados por el insaciable Henry Morgan, nos robaban todo lo que antes nosotros habíamos robado, así que, hartos de tanta injusticia, los españoles decidieron cambiar la ruta para evitar los asaltos de los piratas e iniciaron la ruta por el Cabo de Hornos, dando la vuelta completa al continente americano. Lo curioso es que la misma ruta que trazaron los españoles para trasladar por tierra las mercancías entre los dos océanos a través del istmo de Panamá, fue el mismo que 400 años más tarde utilizaron los americanos para construir el canal. Así que desde el lugar en el que antaño los españoles se defendían a cañonazos, hoy en día, frente a la bahía, se ve lo que los hijos de los ingleses, los americanos, han construído a base de piratear con otras tácticas mucho más diplomáticas....


Esto es la nueva Panamá city, el lujo derivado de ser durante lustros un paraíso fiscal patrocinado por USA y, en mayor medida, de ser los dueños de la gran autopista del mundo...


El Canal de Panamá....



Los barcos que lo cruzan pagan de media unos 300.000 dólares, y al cabo del día circulan unos 40. Este, por ejemplo, de Copenhague, pagó unos 200.000 euros, así que ya podéis hacer cuentas de lo que supone ser el dueño de estos 80 kilómetros. Y toda esta riqueza se nota en la ciudad, pero no en todos los ciudadanos. Panamá es el país con mayor desigualdad económica de todos sus vecinos y la riqueza que genera tanto tránsito internacional de barcos no se percibe en las extensas barriadas humildes que se adhieren a ese círculo formado por los rascacielos.

Para cruzar de Panamá a Colombia solamente hay dos alternativas: por mar o por aire. No existen carreteras. La impenetrable selva del Darién divide al continente americano impidiendo que nadie pueda atravesarlo por tierra. Nadie excepto la guerilla, los narcos, las fieras propias de la selva y la amenaza invisible: el mosquito Anopheles y su amiga malaria. Así que esta opción quedaba descartada. Por avión, dado que estamos en fechas navideñas, era ya imposible hasta el 13 de Enero, todo vendido.Así que quedaba la opción marítima y era aquí donde uno podía elegir entre lo conocido o la aventura.
Lo conocido suponía pagar 400 euros por un viaje en velero de unos 5 días organizado a gusto del consumidor americano cruzando el archipiélago de San Blas, unas trescientas paradisiacas islas que son el hogar de la etnia indígena Kuna.
La aventura suponía buscarse la vida e intentar encontrar una barca de pescadores o de comerciantes o de lo que sea, para que te llevaran por 120 euros y por el mismo itinerario. Yo elegí la aventura.
Este es el aspecto de la costa del pueblo al que me dijeron que tenía que dirigirme para intentar el milagro, ya que en esas fechas navideñas ya casi nadie cruzaba a Colombia...


Mucho barco no se veía, la verdad... los perros compartían la playa con los buitres conformando una postal nada alentadora.
Toda la costa caribeña centroamericana repite el mismo patrón: mar embravecido, descolorido y hostil enfrentado a una tierra atiborrada de verde. Y ahí, en ese ambiente enrarecido, con un aire denso y empapado que se respira con desgana, se asientan innumerables comunidades que malviven en el olvido de la pobreza, personas separadas voluntariamente del resto del mundo, seres que consumen inactivamente sus días envueltos de una tristeza colectiva que se percibe de la misma manera que el insistente rumor de las olas. Son pueblos que, simplemente, yacen.Y Miramar era uno de ellos. Este era el ambiente en la avenida principal...


A mi aventura se unió Abdu Mutawa, un parisino de origen camerunés muy buena onda, todavía inocente y, por lo tanto, siempre sonriente. Lo que más le gusta del mundo son los gimnasios.
En Miramar, a la espera de algo que no sabíamos si iba a suceder o no, Abdu y yo charlamos durante horas con el aburrido policía que registraba los esporádicos barcos que se acercaban y se alejaban del desvencijado puerto, si así se le podía llamar. Estaba destinado allí por 8 días, consumidos en mirar a la nada, sentado sobre una caja de cerveza vacía y con una carpeta raída entre sus manos.
Me preguntó, la segunda persona que lo hace en este viaje, que para qué viajaba. Él opinaba que eso era tirar el dinero y que había que ahorrar. No le gustaba viajar y no entendía a los que lo hacían.
En la charla se deslizó la autonomía de la que gozan los Kunas, los pobladores del archipiélago de San Blas. Esta etnia disfruta de un privilegio inédito en otros países ya que disponen  del control total de su territorio, tanto para administrarlo como para gestionar sus recursos. Pertenecen a Panamá, pero tienen sus propias leyes y nadie puede entrar en sus tierras (islas) sin su permiso.
Según las propias palabras del policía, "esos hijoeputas tratan abusadoramente a todos y después vienen a la ciudad como perro con el rabo entre las patas, con la mirada baja y sumisa. En su tierra, al turista le cobran precios excesivos y se aprovechan de su situación". Incluso, nos dice, colaboran estrechamente con las redes de narcos colombianos que atraviesan sus aguas camino del mercado del norte, dándoles cobijo a cambio de suculentas cantidades de dinero.
Las horas pasaban y ninguna de las pocas barcas que se acercaron iban a Colombia. El policía nos dijo, repantingado sobre la mugrienta pared, que no esperáramos tener suerte ya que estas fechas (21 de Diciembre) ya no eran para trabajar. Nos aconsejó que nos volviéramos a Panamá y que desde allí fuéramos a Cartí, que de allí seguro que salían. Lo dijo con ese típico convencimiento centroamericano que en seguida te hace saber que se trata de todo lo contrario. Según él, para embarcar en Miramar nos tendría que suceder un milagro. Y sucedió. Justo 20 minutos antes de coger el bus de vuelta a Panamá, decidí ir a fotografiar el bravo mar… y en esa playa vacía, de repente, apareció como salido de la nada Nelson, ofreciéndose por 120 dólares a llevarme a Puerto Obaldía y, si quería, por 30 dólares más, a Turbo, donde comienza la propia Sudamérica colombiana.
Así que a la media hora Abdu y  yo nos encontrábamos negociando en un antro de la misma playa el precio del pasaje con unos tipos que acabábamos de conocer y en los que dipositábamos nuestra plena confianza para cruzar los 120 kilómetros de costa que nos separaban de nuestro destino y del suyo, ya que ellos eran de Turbo. La tripulación la formaban Juan, el capitán, Yojairo, el encargado de las cuentas, y Nelson, el chico para todo. El de la derecha es Nelson, el de la izquierda es Abdu (se le ve más alimentadico)...


Además, ahora me doy cuenta, en esta foto también se puede apreciar un trozo de historia. Como bien decía Abdu, para él había sido un descubrimiento comprobar la ingente cantidad de negros que hay en América, y más en esta costa caribeña. Ambos, tanto Abdu como Nelson, tienen los mismos orígenes: África.  La diferencia entre ambos es que los antepasados de Nelson viajaron a América como esclavos, la mano de obra baratísima de la que todos los "conquistadores" del mundo mundial se han nutrido a lo largo de la historia para agrandar su riqueza. Sin embargo, los antepasados de Abdu han hecho un viaje mucho más reciente y han encontrado lo que iban buscando: la fortuna de poder comer cada día. Ambos pertenecen al mismo lugar, pero hay todo un mundo entre ellos.
También se aprecia otro detalle: Nelson, con la actitud servil inscrita en los genes tras tantas generaciones de esclavitud, es el que sostiene el pesado pez solamente para agradar a los turistas, sin mostrar ninguna sonrisa porque, básicamente, no tiene motivos. Sin embargo Abdu, pletórico, señala el pez como si fuera algo que él ha conseguido mientras asume con normalidad que Nelson sea el que lo acarrea. Tanto el servilismo de uno como el exceso inconsciente del otro se observa constantemente viajando por estos lugares. Muchos siglos en los que de tanto agachar la cabeza frente al señorito, todavía emerge fácilmente esa actitud de una manera camuflada, sí, pero con una historia larguísima de humillación que la genera.

En este antro en el que nos cocinaron un trozo de este exquisito pescado cerramos el trato. En teoría, la travesía debía de durar unas 10-12 horas, dependiendo del estado del mar. Pero como bien dijo Yojairo, a quien sus hijos esperaban en casa, contra antes llegásemos mejor. Ellos habían venido a Panamá para cargar su barco con pargo rojo, un pescado que, a raíz de la pesca con redes en Colombia, ha desaparecido de sus aguas. Pero en Panamá, las tripas del pescado van incluidas en el peso y así no les salía rentable el negocio; parece ser que a eso se dedicaban, a negocios de todo tipo entre los dos países. 
Yojairo, dada su inacabable verborrea, se convirtió en el protagonista de la cena de negocios y nos fue documentando tanto de sus curiosas filosofías como de los elementos que nos íbamos a encontrar en nuestro viaje. Su filosofía se resumía en una extrema "corrompición del hombre" en todas las facetas... de ahí, no sé cómo, llegamos a los tiburones, tan numerosos en este cabreado mar, a sabiendas de que al día siguiente nos esperaba un viaje por esas mismas aguas… según Yojairo, nunca sabías lo que iba a suceder, así que había que aprovechar el día de hoy, porque el mañana no se sabía si el Señor nos lo concedería o no… esto no nos tranquilizaba demasiado, la verdad. Así que nos explicó que si naufragábamos, lo mejor era no moverse y, con el salvavidas puesto, dejarse llevar por la corriente, ya que finalmente siempre se dirigía hacia la costa. Si comenzabas a nadar llamabas la atención del tiburón... y ese era el peor sueño de Yojairo, una idea que le persiguía siempre que navegaba estas aguas, consciente de que ahí abajo ellos estaban esperando. Para intentar tranquilizarme a mí mismo le pregunté, casi aseverándolo, que era obvio que no corríamos peligro porque en nuestra travesía siempre íbamos a estar cerca de la costa.. Yojairo me miró y sonrió con una mueca que demostraba su comprensión acerca de mi ignorancia. 
-Iremos -respondíó todavía sonriendo- a unos 200 o 300 metros, pero ahí siempre hay algo que está esperando lo suyo…
Abdu y yo nos miramos. Yojairo continuó con la faena.
- Esos metros son los preferidos por los tiburones para alimentarse en las desembocaduras de los ríos… o los caimanes, que salen de los ríos para comer en el mar… 
En fin, respuestas nada tranquilizadoras. Para rematar, cuando nos levantamos de la mesa para ir a dormir, Yojairo se despidió con el estoque final: “estamos en las manos de Dios”…
A la mañana siguiente quedamos en el puerto a las 6 de la mañana para aprovechar todo lo posible la luz del día. Esta era nuestra chalupa...



                                                                                                                                             
Desde el mismo momento en el que salimos a la mar, me di cuenta de que la travesía iba a ser mucho más dura de lo que había imaginado... con diferencia. Una mar desbocada con olas de 4 metros nos zarandeaba a su antojo, golpeando violentamente la chalupa una y otra vez. Cada ola que lográbamos superar nos levantaba en el aire... unos segundos... para volver a caer, estrellándonos de nuevo contra el revuelto mar. Comenzó a llover, la tormenta arreció y fue cuando, completamente mojados, miré a Abdu y ambos nos dimos cuenta de lo que era tener miedo de verdad. Por unos momentos pensé en las pateras, en el horror que debe de sentirse cruzando todo un mar. Jamás me había sentido tan en el lugar de otra persona... salvando las diferencias.
Sin embargo, también es cierto, el capitán demostraba una pericia increíble para evitar en lo posible la violencia del mar. Esta agitación no dejaba saborear demasiado el espectacular litoral que se presentaba a estribor. Una inacabable cadena montañosa de selva virgen recortada por aquellas solitarias e infinitas playas tropicales aparecían y desaparecían entre jirones de niebla, entre nubes que las engullían para devolverlas de nuevo.
Las horas pasaban y fue cuando, al preguntar por el tiempo que quedaba todavía de viaje, me di cuenta de que llegar a Puerto Obaldía en el mismo día era una utopía. Parece ser que íbamos a hacer noche, aunque no sabíamos dónde. La tormenta desapareció y comenzamos a entrar en el archipiélago Kuna, unas islas protegidas de la furia del mar por un arrecife que detiene a las olas un centenar de metros mar adentro.
Yojairo, siempre amable y atento, nos ilustraba sobre las costumbres de los kuna conforme íbamos dejando atrás una infinita hilera de pequeños islotes, algunos con la superficie justa para alojar tres palmeras rodeadas de dos palmos de blanca arena. En las que estaban habitadas, las chabolas de caña se hacinaban en el poco terreno disponible, pegadas las unas a las otras, contradiciendo la natural armonía del paisaje que las rodeaba. 


Los kuna salen cada día de sus islas para trabajar en sus cultivos, grandes plantaciones de cocos que crecen tanto en tierra firme como en muchas de sus islas. Estos cocos los utilizan para comerciar e intercambiar  productos con todas las barcas que se acercan a sus islas. Las mujeres usan todas el mismo atuendo, de colores llamativos y complejos bordados. Cada día navegan entre las islas con unos cayucos artesanales, a remos...


Paramos a comer algo en una de las islas que Yojairo parecía conocer bien. Mientras nos cocinaban un pulpo exquisito, me fui a deambular por las cuatro "calles" de la isla y allí me recibieron todos los niños de la isla que estaban jugando juntos. Esta foto es la típica que nos encanta hacernos a todos los viajeros en estas circunstancias en las que los niños se te acercan, te tocan y te sonríen como si fueras un juguete nuevo que no han visto nunca...


Yo gritaba de alegría, básicamente, por seguir vivo...
Así son las casas de estos niños...



Después de comer nos hicimos a la mar, navegando de nuevo entre las islas protegidos de las furiosas olas. Al ponerse el sol, Juan, el capitán, decidió hacer noche en Playón Chico, una de estas islas habitadas.
Mientras cenábamos en el único lugar de la isla parecido a un bar, me percaté de que el capitán intimaba demasiado deprisa con la joven chica Kuna que nos sirvió las escuetas raciones de pollo con patacones. Parece ser que ya se conocían y, según me contó el propio Juan, hace años que no pasaba por allí, pero la última vez que estuvo en la isla para comprar cocos y llevarlos a Colombia, creyó  ver que con aquella chica podía tener un romance. Aunque, a decir verdad, aquella chica parecía dispuesta a tener varios romances. Pero bueno, Juan se sentía el elegido. Y, por lo que supe más tarde, estas mezclas no son del agrado de los Kuna y las evitan en todo lo posible. Por ejemplo, Nelson nos contó mientras paseábamos por la isla que debíamos estar de nuevo de vuelta en la cabaña que nos habían designado antes de las 6 de la tarde, ya que después de esa hora está terminantemente prohibido para cualquier persona que no sea Kuna caminar por las estrechas callejuelas que se abren paso entre las chabolas de caña. Cada isla tiene su shaila (cacique), quien impone sus propias leyes a su antojo y parece ser que ésta, la de evitar que el extranjero camine por la noche, tenía como objetivo impedir los encuentros entre éstos y las mujeres Kuna, ya fuera por dinero o por placer. Si te sorprendían fuera de tu cabaña más tarde de las 6, la propia policía de la isla te llevaba preso a su cabaña y debías de pagar una multa importante tras un juicio realizado por el shaila. La policía, si así se le podía llamar, era para verla. Un par de chavales jóvenes que más bien parecían pandilleros se encargaban de que el orden y la ley se cumplieran en Playón Chico.
Y Juan no estaba por la labor de cumplir ni el orden ni la ley. Mientras colgábamos en la cabaña las hamacas en las que íbamos a dormir (la primera noche de mi vida), supe que algo iba mal cuando Yojairo y Nelson intentaban convencer al capitán de que desistiera de sus planes ya que nos podrían traer problemas a todos.
Pero Juan tenía una cita y era un caballero. Así que a las 7.30 de la noche se fue a cumplir su misión con la camarera. Un cuarto de hora más tarde entró en la cabaña uno de los dos policías para informarnos de que Juan estaba detenido. A la mañana siguiente, el shaila decidiría qué hacer. 
Yojairo enmudeció... Juan era el capitán, el único capaz de llevarnos con éxito a puerto... sabía que la cosa, en el supuesto de que se resolviera con una multa, podría demorarse dos días más, y sus hijas le estaban esperando... y a Abdu y a mi tampoco nos interesaba en absoluto. Así que, sin saber cómo, a los diez minutos estábamos planeando con total normalidad el asalto a la cárcel para liberar a Juan. Ni más ni menos.
Yojairo sabía que en la isla solo había dos móviles, uno el que tenía el shaila y el otro la policía. El plan era ir antes del amanecer a la cabaña-cárcel y llevarnos a Juan. 
-¿Cómo?- pregunté -.
- A lo bravo - contestó Yojairo rápidamente, sin dudas -.
Así que después de dormir por primera vez en mi vida en una hamaca con la idea de que al amanecer tenía que ir a asaltar una cárcel (también por primera vez), nos levantamos a las 5 de la mañana y, sigilosamente, nos acercamos a la cabaña en la que teóricamente estaba Juan. 
Antes de entrar miré al cielo, las estrellas brillaban... respiré hondo la brisa del mar... miré al frente, una isla dibujaba su silueta, recortadas en la noche sus estilizadas palmeras... Abdú me hizo un gesto como preguntándome que qué hacía...
Nelson, Yojairo, Abdu y yo entramos en la chabola dispuestos a no sé qué, pero tanto Juan como los dos policías dormían plácidamente en sus hamacas. Yojairo se acercó al capitán y lo despertó sin que los guardianes se enterasen. Nos apresuramos para llegar a puerto y, cuando el motor rugió, respiré profundamente al vernos de nuevo navegando, libres. Gracias a Dios, sin haber tenido que hacer uso de "lo bravo".

Y en fin, que el mar nos volvió a zarandear, pero llegamos sanos y salvos a Puerto Obaldía, la frontera con Colombia, de allí a Capurganá, un maravilloso pueblecito rodeado de selva y como destino final, Turbo.

Ahora estoy en Medellín y mañana me voy para Bogotá donde, creo, pasaré la Nochevieja. Llevo 3 días solo en Colombia, pero la amabilidad de esta gente es como me habían avisado, desmesurada. Pero esta es la siguiente historia.
 
 
Lindos y lindas, os deseo felicidad total y brutal para este año que llega. Y más que vendrán.
Muchos besos a todos.

3 comentarios:

  1. DESAFORTUNADO BLANCO!!!!!!!!o NO? Lo que si has sido INCAUTO!!!!!!,con tu expreriencia,tu desconfianza natural,tu conocimiento del ser humano y tantas tablas que tienes,grandisima experiencia esta eh?pero en fin veo que dominas el tema a la perfeccion "el alto y el bajo","el negro y el blanco","el tal y el pascual" y lo mejor de todo es que te leo y veo enchufadisimo, me alegra muchisimo que estes de esa guisa,transmitiendo sensaciones,emociones y sentimientos,una gozada,espero que no te tengan que volver a joder para seguir esta linea.
    Por otra parte,comente tu aventura en aquella cena,incomprensible para casi todos,buscaban explicaciones que no habia pero en fin.....
    Sin mas negrata desearte la mayor suerte para este 2013 yrecordarte que lo viaja contigo forma parte de ti, como tu mano ,tus ojos y el resto de tu cuerpo,asi que sigue remando e ilustrandonos de esta cautivadoras entregas,como la de "SALVAR AL CAPITAN" que hasta me he emocionado,salud negro,abrazo y besos.

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  2. Gennnnn feliz 2013.

    El pureta nos salio bueno y la gente se acordo de ti alguna que otra vez, la mayoria de las veces para rajarte i humillarte, pero ya nos conoces...

    No te metas en mas lios de esos que mientras iba leyendo me iba imaginando yo ahi contigo y casi me hago kakita encima.
    De todas maneras, te habria convencido para coger el velero de los 400€urazos (es de las cosas buenas que tiene ser pijo)

    Sobre lo del asalto a la carcel ya me lo contaras bien cuando vuelvas, ya te vale a tu edad haciendo esas cosas.

    Ya no se por donde debes estar, pero bueno gennn lo de siempre Rema y vigila (ultimamente vigilas poco)

    Un besico.

    Sobre la admiradora, solo dire que si lees tus propios mensajes si que tienen un puntito de admiracion.
    Feliz 2013 admiradora.

    FRESSSSS EL VINCULO....NO SE PUEDE PERDER NUNCA.
    Eladio Kortajarina.

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  3. Mi querido enano ........ habría que verte por un agujero como ibas en la patera que te transportó a las Americas del Sur , blanco como la cera pasando mas miedo que un tonto ; al igual que tu asalto a la "carcel"...... os pensabais que erais los Hermanos Dalton ???? ..... para veros !!!!!!; ésa carcel no debía tener ni puertas, ni ventanas, ni rejas , ni cerraduras, etc.

    Lo dicho , vas de mal en peor respecto a tus andanzas ...... como no tengas mas vigilancia, no llegas a Buenos Aires .....
    Quiero buenas fotos del Sr. Angel, aunque tengas que caminar 4 dias por la selva Venezolana para encontrarlo ....

    Cuidate que has de llegar hasta la punta mas lejana de las amercias.

    un fuerte abrazo

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