No sé por donde empezar... casi hace 3 semanas que estamos en México y esto ha pasado volao volao.
Tras cruzar la frontera más transitada del mundo, la de Tijuana, comenzó un nuevo viaje que nada tenía que ver con los 3 meses anteriores y que percibí a los pocos minutos de andar caminando por las calles de esta ciudad límite, de la cuál se suponía que era bastante difícil salir vivo o, al menos, asaltado. Pero lo cierto es que el mexicano en general está en la fase de sonreír y agradecer, mucho más que en la de robar o molestar. A parte del robito del ordenador, no hemos tenido ningún otro contratiempo; a cambio, y gracias a este maravilloso idioma que compartimos, la comunicación es contínua y te permite descubrir a un pueblo alegre y con luz en los ojos. Como es obvio tienen sus particularidades, pero esperaré a entrar a Guatemala para contarlas, básicamente para llegar con vida porque como bien sabéis no estamos de morir.
La península de Baja California, una lengua de tierra de 1800 km. de longitud que baja paralela al continente mientras flota en el Pacífico, supuso un impacto visual tremendo. Principalmente porque se trata de un inmenso desierto deshabitado, salpicado de cuando en cuando con pequeños pueblos cociéndose lentamente bajo el sol, con personas que hablan despacio, que valoran la lentitud, que la gozan. Y el paisaje, jamás visto por mis ojos, era como estar jugando al veo veo cada minuto. Hay cientos de clases de cactus, pero quizá los más destacables son los cardones, unos bichos que pueden medir hasta 15 metros. Este es Guillem La Onda haciendo imitando a un coyote al lado de uno....
Lo cierto es que el paisaje era aún más fascinante porque, tras cuatro años sin una gota de agua, había estado lloviendo y pudimos contemplar algo bastante curioso y difícil de ver: un desierto verde...
Pero aparte de estos paisajes cautivadores, Baja ofrece unos cuantos miles de kilómetros de costa en las que se alternan calas, islas y bahías... algo a lo que es difícil no rendirte y entregarte en cuerpo y cuerpo...
Es presioso, eh?
Y después de una semana de playas y relajo, cogimos un ferry de la Paz hasta Los Mochis, entrando de nuevo y ya definitivamente en el continente. Desde aquí sale el Chepe, el único ferrocarril de pasajeros de todo México que atraviesa la Barranca del Cobre, un inmenso cañon más grande y más profundo que el del Colorado, pero bastante menos accesible. El viaje en tren fue un lujo, atravesando de nuevo otros paisajes nuevos, parando en estaciones perdidas, asediadas por vendedores de la etnia tarahumara, una tribu que todavía vive en estas tierras y que intenta sobrevivir aprovechando la parada del tren...
A parte de estos moradores, la sierra está básicamente ocupada por los cultivos y los "trabajadores" del Chapo Guzmán... hemos conocido de primera mano el ambiente, hemos conversado con conocedores de la situación, hemos comprobado que lo que a los ojos de la sociedad europea no deja de ser un problema de blanco o negro, aquí resulta algo más complejo, más comprensible, con muchos más colores que no nos llegan a través de los informativos.... pero bueno, lo dicho, esto se reserva para el libro, que uno no está de morir todavía asín de joven...
Y llegamos a Chihuahua, y de allí ya encarrilamos el altiplano mexicano, la extensión que recorre el centro del país encajonada entre la sierra Madre Oriental y la Occidental a una altura de 2200 metros, altura de la que no hemos bajado en estos últimos 10 días. Y aquí en medio, en el centro del inicio de Mesoamérica, es donde la historia escribió muchos de sus capítulos. Aquí en medio es donde se encuentran Zacatecas, Guanajuato, San Miguel de Allende... pueblos fundados por las tropas jesuitas compañeras de viaje de Hernán Cortés, pueblos que escondían infitas riquezas en sus entrañas, unas tripas que rápidamente supieron vaciar los españoles gracias al eficaz y barato trabajo de una población esclavizada... A cambio, como la plata generaba riquezas sin límite, los españoles convirtieron estos lugares en auténticas joyas coloniales, plagadas de catedrales, con calles peatonales que desembocan en plazas que recuerdan el aroma de Italia, todo un escenario espectacular, luminoso y sereno habitado por el desequilibrio, el ruido y el caos de la vida mexicana, una vida que lanza gritos como si fueran caricias.
Esto es Guanajuato, una maravilla en la que hicimos amistades...
Así acabaron las amistades....
Y ahora, en DF, vamos a pasar 5 días intentando sobrevivir a una ciudad de 24 millones de habitantes que se hunde lentamente, asentada como está bajo una enorme extensión de ciénagas y lagos. Quizá los aztecas de Moctezuma no tenían pensado crecer tanto y por eso decidieron ocupar esta tierra para construir la gran Tenotichtlán, la capital de los aztecas o mexicas, pero cuando Hernán Cortés se apoderó de ella, la arrasó y comenzó la nueva construcción de la capital de la Nueva España, paradójicamente asentada sobre terreno pantanoso, terreno que, a pesar de haber sido drenado, sigue siendo inestable, débil para soportar todo este peso. De hecho, en nuestra primera visita de ayer, pudimos comprobar cómo la plaza del Zócalo, el puro centro de México, está hundiéndose lentamente, deformando iglesias, palacios, edificios y calles... y la gente, con ese espíritu resignado tan característico de los mexicanos, parece estar espernado un nuevo terremoto que la hunda definitivamente en la tierra...
Después de esta semana en DF, y si no nos hemos hundido, iremos a Puebla y sus volcanes y ya bajaremos del altiplano para acercarnos de nuevo a las playitas de Oaxaca... para entrar en las selvas de Chiapas...
Espero volver a escribir desde allí, en San Cristóbal de las Casas tenemos otro contacto, un amigo de Guillem... así que espero que allí me deje más tiempo libre para escribir con menos presión... ahora mismo hace ya más de media hora que me espera en la puerta para salir a conocer más... este muchacho no tiene fin...
Un besazo a todos.