jueves, 27 de diciembre de 2012

UN CUENTO DE NAVIDAD.

Hace ya demasiados años que la palabra viajar se divorció definitivamente de la palabra aventura. Hoy en día, pocos lugares quedan en el mundo en los que uno pueda sentir la primorosa excitación de saber que está visitando algo que es desconocido para el resto de los mortales, o casi. Esto ya pertenece al reino de las utopías. Ahora, vayas donde vayas, la pureza representada por el indígena y sus vírgenes tierras ha mutado en un teatro que representa lo que originalmente fue la vida de estos habitantes de lo salvaje, una función diseñada para sacarle al visitante los dólares necesarios con los que los actores puedan comprar, principalmente, cosas que les acerquen más al modo de vida de esos mismos turistas que creen estar presenciando el origen de los tiempos. Esa es la paradoja. Los unos querrían vivir como los otros, pero no se atreven a cambiar; y los otros querrían vivir como los unos, pero no pueden cambiar. La verdad, incluso en el turismo, ya murió. Los escasos habitantes verdaderos de este planeta, los que no saben todavía lo que es una cámara de fotos, permanecen, gracias a diversas organizaciones, protegidos del acoso del turismo. Esa aventura está vetada y bien que me parece.
Sin embargo, la palabra aventura también tiene una acepción particular, propia, la que uno considera que  es válida para una experiencia que ha vivido. Y aquí es donde quería llegar con todo este rollo: creo que he vivido una aventura. Vamos a ella.

Como os dije anteriormente, Panamá me sorprendió por el contraste de las dos ciudades. Una, la parte vieja construida por los españoles, la que tanto se parecía a la Habana Vieja, era el lugar al que llegaban todas las riquezas extraídas del expolio del imperio de los Incas para pasar por tierra al mar Atlántico, desde donde se embarcaban para llevarlas a España. Pero los piratas ingleses, capitaneados por el insaciable Henry Morgan, nos robaban todo lo que antes nosotros habíamos robado, así que, hartos de tanta injusticia, los españoles decidieron cambiar la ruta para evitar los asaltos de los piratas e iniciaron la ruta por el Cabo de Hornos, dando la vuelta completa al continente americano. Lo curioso es que la misma ruta que trazaron los españoles para trasladar por tierra las mercancías entre los dos océanos a través del istmo de Panamá, fue el mismo que 400 años más tarde utilizaron los americanos para construir el canal. Así que desde el lugar en el que antaño los españoles se defendían a cañonazos, hoy en día, frente a la bahía, se ve lo que los hijos de los ingleses, los americanos, han construído a base de piratear con otras tácticas mucho más diplomáticas....


Esto es la nueva Panamá city, el lujo derivado de ser durante lustros un paraíso fiscal patrocinado por USA y, en mayor medida, de ser los dueños de la gran autopista del mundo...


El Canal de Panamá....



Los barcos que lo cruzan pagan de media unos 300.000 dólares, y al cabo del día circulan unos 40. Este, por ejemplo, de Copenhague, pagó unos 200.000 euros, así que ya podéis hacer cuentas de lo que supone ser el dueño de estos 80 kilómetros. Y toda esta riqueza se nota en la ciudad, pero no en todos los ciudadanos. Panamá es el país con mayor desigualdad económica de todos sus vecinos y la riqueza que genera tanto tránsito internacional de barcos no se percibe en las extensas barriadas humildes que se adhieren a ese círculo formado por los rascacielos.

Para cruzar de Panamá a Colombia solamente hay dos alternativas: por mar o por aire. No existen carreteras. La impenetrable selva del Darién divide al continente americano impidiendo que nadie pueda atravesarlo por tierra. Nadie excepto la guerilla, los narcos, las fieras propias de la selva y la amenaza invisible: el mosquito Anopheles y su amiga malaria. Así que esta opción quedaba descartada. Por avión, dado que estamos en fechas navideñas, era ya imposible hasta el 13 de Enero, todo vendido.Así que quedaba la opción marítima y era aquí donde uno podía elegir entre lo conocido o la aventura.
Lo conocido suponía pagar 400 euros por un viaje en velero de unos 5 días organizado a gusto del consumidor americano cruzando el archipiélago de San Blas, unas trescientas paradisiacas islas que son el hogar de la etnia indígena Kuna.
La aventura suponía buscarse la vida e intentar encontrar una barca de pescadores o de comerciantes o de lo que sea, para que te llevaran por 120 euros y por el mismo itinerario. Yo elegí la aventura.
Este es el aspecto de la costa del pueblo al que me dijeron que tenía que dirigirme para intentar el milagro, ya que en esas fechas navideñas ya casi nadie cruzaba a Colombia...


Mucho barco no se veía, la verdad... los perros compartían la playa con los buitres conformando una postal nada alentadora.
Toda la costa caribeña centroamericana repite el mismo patrón: mar embravecido, descolorido y hostil enfrentado a una tierra atiborrada de verde. Y ahí, en ese ambiente enrarecido, con un aire denso y empapado que se respira con desgana, se asientan innumerables comunidades que malviven en el olvido de la pobreza, personas separadas voluntariamente del resto del mundo, seres que consumen inactivamente sus días envueltos de una tristeza colectiva que se percibe de la misma manera que el insistente rumor de las olas. Son pueblos que, simplemente, yacen.Y Miramar era uno de ellos. Este era el ambiente en la avenida principal...


A mi aventura se unió Abdu Mutawa, un parisino de origen camerunés muy buena onda, todavía inocente y, por lo tanto, siempre sonriente. Lo que más le gusta del mundo son los gimnasios.
En Miramar, a la espera de algo que no sabíamos si iba a suceder o no, Abdu y yo charlamos durante horas con el aburrido policía que registraba los esporádicos barcos que se acercaban y se alejaban del desvencijado puerto, si así se le podía llamar. Estaba destinado allí por 8 días, consumidos en mirar a la nada, sentado sobre una caja de cerveza vacía y con una carpeta raída entre sus manos.
Me preguntó, la segunda persona que lo hace en este viaje, que para qué viajaba. Él opinaba que eso era tirar el dinero y que había que ahorrar. No le gustaba viajar y no entendía a los que lo hacían.
En la charla se deslizó la autonomía de la que gozan los Kunas, los pobladores del archipiélago de San Blas. Esta etnia disfruta de un privilegio inédito en otros países ya que disponen  del control total de su territorio, tanto para administrarlo como para gestionar sus recursos. Pertenecen a Panamá, pero tienen sus propias leyes y nadie puede entrar en sus tierras (islas) sin su permiso.
Según las propias palabras del policía, "esos hijoeputas tratan abusadoramente a todos y después vienen a la ciudad como perro con el rabo entre las patas, con la mirada baja y sumisa. En su tierra, al turista le cobran precios excesivos y se aprovechan de su situación". Incluso, nos dice, colaboran estrechamente con las redes de narcos colombianos que atraviesan sus aguas camino del mercado del norte, dándoles cobijo a cambio de suculentas cantidades de dinero.
Las horas pasaban y ninguna de las pocas barcas que se acercaron iban a Colombia. El policía nos dijo, repantingado sobre la mugrienta pared, que no esperáramos tener suerte ya que estas fechas (21 de Diciembre) ya no eran para trabajar. Nos aconsejó que nos volviéramos a Panamá y que desde allí fuéramos a Cartí, que de allí seguro que salían. Lo dijo con ese típico convencimiento centroamericano que en seguida te hace saber que se trata de todo lo contrario. Según él, para embarcar en Miramar nos tendría que suceder un milagro. Y sucedió. Justo 20 minutos antes de coger el bus de vuelta a Panamá, decidí ir a fotografiar el bravo mar… y en esa playa vacía, de repente, apareció como salido de la nada Nelson, ofreciéndose por 120 dólares a llevarme a Puerto Obaldía y, si quería, por 30 dólares más, a Turbo, donde comienza la propia Sudamérica colombiana.
Así que a la media hora Abdu y  yo nos encontrábamos negociando en un antro de la misma playa el precio del pasaje con unos tipos que acabábamos de conocer y en los que dipositábamos nuestra plena confianza para cruzar los 120 kilómetros de costa que nos separaban de nuestro destino y del suyo, ya que ellos eran de Turbo. La tripulación la formaban Juan, el capitán, Yojairo, el encargado de las cuentas, y Nelson, el chico para todo. El de la derecha es Nelson, el de la izquierda es Abdu (se le ve más alimentadico)...


Además, ahora me doy cuenta, en esta foto también se puede apreciar un trozo de historia. Como bien decía Abdu, para él había sido un descubrimiento comprobar la ingente cantidad de negros que hay en América, y más en esta costa caribeña. Ambos, tanto Abdu como Nelson, tienen los mismos orígenes: África.  La diferencia entre ambos es que los antepasados de Nelson viajaron a América como esclavos, la mano de obra baratísima de la que todos los "conquistadores" del mundo mundial se han nutrido a lo largo de la historia para agrandar su riqueza. Sin embargo, los antepasados de Abdu han hecho un viaje mucho más reciente y han encontrado lo que iban buscando: la fortuna de poder comer cada día. Ambos pertenecen al mismo lugar, pero hay todo un mundo entre ellos.
También se aprecia otro detalle: Nelson, con la actitud servil inscrita en los genes tras tantas generaciones de esclavitud, es el que sostiene el pesado pez solamente para agradar a los turistas, sin mostrar ninguna sonrisa porque, básicamente, no tiene motivos. Sin embargo Abdu, pletórico, señala el pez como si fuera algo que él ha conseguido mientras asume con normalidad que Nelson sea el que lo acarrea. Tanto el servilismo de uno como el exceso inconsciente del otro se observa constantemente viajando por estos lugares. Muchos siglos en los que de tanto agachar la cabeza frente al señorito, todavía emerge fácilmente esa actitud de una manera camuflada, sí, pero con una historia larguísima de humillación que la genera.

En este antro en el que nos cocinaron un trozo de este exquisito pescado cerramos el trato. En teoría, la travesía debía de durar unas 10-12 horas, dependiendo del estado del mar. Pero como bien dijo Yojairo, a quien sus hijos esperaban en casa, contra antes llegásemos mejor. Ellos habían venido a Panamá para cargar su barco con pargo rojo, un pescado que, a raíz de la pesca con redes en Colombia, ha desaparecido de sus aguas. Pero en Panamá, las tripas del pescado van incluidas en el peso y así no les salía rentable el negocio; parece ser que a eso se dedicaban, a negocios de todo tipo entre los dos países. 
Yojairo, dada su inacabable verborrea, se convirtió en el protagonista de la cena de negocios y nos fue documentando tanto de sus curiosas filosofías como de los elementos que nos íbamos a encontrar en nuestro viaje. Su filosofía se resumía en una extrema "corrompición del hombre" en todas las facetas... de ahí, no sé cómo, llegamos a los tiburones, tan numerosos en este cabreado mar, a sabiendas de que al día siguiente nos esperaba un viaje por esas mismas aguas… según Yojairo, nunca sabías lo que iba a suceder, así que había que aprovechar el día de hoy, porque el mañana no se sabía si el Señor nos lo concedería o no… esto no nos tranquilizaba demasiado, la verdad. Así que nos explicó que si naufragábamos, lo mejor era no moverse y, con el salvavidas puesto, dejarse llevar por la corriente, ya que finalmente siempre se dirigía hacia la costa. Si comenzabas a nadar llamabas la atención del tiburón... y ese era el peor sueño de Yojairo, una idea que le persiguía siempre que navegaba estas aguas, consciente de que ahí abajo ellos estaban esperando. Para intentar tranquilizarme a mí mismo le pregunté, casi aseverándolo, que era obvio que no corríamos peligro porque en nuestra travesía siempre íbamos a estar cerca de la costa.. Yojairo me miró y sonrió con una mueca que demostraba su comprensión acerca de mi ignorancia. 
-Iremos -respondíó todavía sonriendo- a unos 200 o 300 metros, pero ahí siempre hay algo que está esperando lo suyo…
Abdu y yo nos miramos. Yojairo continuó con la faena.
- Esos metros son los preferidos por los tiburones para alimentarse en las desembocaduras de los ríos… o los caimanes, que salen de los ríos para comer en el mar… 
En fin, respuestas nada tranquilizadoras. Para rematar, cuando nos levantamos de la mesa para ir a dormir, Yojairo se despidió con el estoque final: “estamos en las manos de Dios”…
A la mañana siguiente quedamos en el puerto a las 6 de la mañana para aprovechar todo lo posible la luz del día. Esta era nuestra chalupa...



                                                                                                                                             
Desde el mismo momento en el que salimos a la mar, me di cuenta de que la travesía iba a ser mucho más dura de lo que había imaginado... con diferencia. Una mar desbocada con olas de 4 metros nos zarandeaba a su antojo, golpeando violentamente la chalupa una y otra vez. Cada ola que lográbamos superar nos levantaba en el aire... unos segundos... para volver a caer, estrellándonos de nuevo contra el revuelto mar. Comenzó a llover, la tormenta arreció y fue cuando, completamente mojados, miré a Abdu y ambos nos dimos cuenta de lo que era tener miedo de verdad. Por unos momentos pensé en las pateras, en el horror que debe de sentirse cruzando todo un mar. Jamás me había sentido tan en el lugar de otra persona... salvando las diferencias.
Sin embargo, también es cierto, el capitán demostraba una pericia increíble para evitar en lo posible la violencia del mar. Esta agitación no dejaba saborear demasiado el espectacular litoral que se presentaba a estribor. Una inacabable cadena montañosa de selva virgen recortada por aquellas solitarias e infinitas playas tropicales aparecían y desaparecían entre jirones de niebla, entre nubes que las engullían para devolverlas de nuevo.
Las horas pasaban y fue cuando, al preguntar por el tiempo que quedaba todavía de viaje, me di cuenta de que llegar a Puerto Obaldía en el mismo día era una utopía. Parece ser que íbamos a hacer noche, aunque no sabíamos dónde. La tormenta desapareció y comenzamos a entrar en el archipiélago Kuna, unas islas protegidas de la furia del mar por un arrecife que detiene a las olas un centenar de metros mar adentro.
Yojairo, siempre amable y atento, nos ilustraba sobre las costumbres de los kuna conforme íbamos dejando atrás una infinita hilera de pequeños islotes, algunos con la superficie justa para alojar tres palmeras rodeadas de dos palmos de blanca arena. En las que estaban habitadas, las chabolas de caña se hacinaban en el poco terreno disponible, pegadas las unas a las otras, contradiciendo la natural armonía del paisaje que las rodeaba. 


Los kuna salen cada día de sus islas para trabajar en sus cultivos, grandes plantaciones de cocos que crecen tanto en tierra firme como en muchas de sus islas. Estos cocos los utilizan para comerciar e intercambiar  productos con todas las barcas que se acercan a sus islas. Las mujeres usan todas el mismo atuendo, de colores llamativos y complejos bordados. Cada día navegan entre las islas con unos cayucos artesanales, a remos...


Paramos a comer algo en una de las islas que Yojairo parecía conocer bien. Mientras nos cocinaban un pulpo exquisito, me fui a deambular por las cuatro "calles" de la isla y allí me recibieron todos los niños de la isla que estaban jugando juntos. Esta foto es la típica que nos encanta hacernos a todos los viajeros en estas circunstancias en las que los niños se te acercan, te tocan y te sonríen como si fueras un juguete nuevo que no han visto nunca...


Yo gritaba de alegría, básicamente, por seguir vivo...
Así son las casas de estos niños...



Después de comer nos hicimos a la mar, navegando de nuevo entre las islas protegidos de las furiosas olas. Al ponerse el sol, Juan, el capitán, decidió hacer noche en Playón Chico, una de estas islas habitadas.
Mientras cenábamos en el único lugar de la isla parecido a un bar, me percaté de que el capitán intimaba demasiado deprisa con la joven chica Kuna que nos sirvió las escuetas raciones de pollo con patacones. Parece ser que ya se conocían y, según me contó el propio Juan, hace años que no pasaba por allí, pero la última vez que estuvo en la isla para comprar cocos y llevarlos a Colombia, creyó  ver que con aquella chica podía tener un romance. Aunque, a decir verdad, aquella chica parecía dispuesta a tener varios romances. Pero bueno, Juan se sentía el elegido. Y, por lo que supe más tarde, estas mezclas no son del agrado de los Kuna y las evitan en todo lo posible. Por ejemplo, Nelson nos contó mientras paseábamos por la isla que debíamos estar de nuevo de vuelta en la cabaña que nos habían designado antes de las 6 de la tarde, ya que después de esa hora está terminantemente prohibido para cualquier persona que no sea Kuna caminar por las estrechas callejuelas que se abren paso entre las chabolas de caña. Cada isla tiene su shaila (cacique), quien impone sus propias leyes a su antojo y parece ser que ésta, la de evitar que el extranjero camine por la noche, tenía como objetivo impedir los encuentros entre éstos y las mujeres Kuna, ya fuera por dinero o por placer. Si te sorprendían fuera de tu cabaña más tarde de las 6, la propia policía de la isla te llevaba preso a su cabaña y debías de pagar una multa importante tras un juicio realizado por el shaila. La policía, si así se le podía llamar, era para verla. Un par de chavales jóvenes que más bien parecían pandilleros se encargaban de que el orden y la ley se cumplieran en Playón Chico.
Y Juan no estaba por la labor de cumplir ni el orden ni la ley. Mientras colgábamos en la cabaña las hamacas en las que íbamos a dormir (la primera noche de mi vida), supe que algo iba mal cuando Yojairo y Nelson intentaban convencer al capitán de que desistiera de sus planes ya que nos podrían traer problemas a todos.
Pero Juan tenía una cita y era un caballero. Así que a las 7.30 de la noche se fue a cumplir su misión con la camarera. Un cuarto de hora más tarde entró en la cabaña uno de los dos policías para informarnos de que Juan estaba detenido. A la mañana siguiente, el shaila decidiría qué hacer. 
Yojairo enmudeció... Juan era el capitán, el único capaz de llevarnos con éxito a puerto... sabía que la cosa, en el supuesto de que se resolviera con una multa, podría demorarse dos días más, y sus hijas le estaban esperando... y a Abdu y a mi tampoco nos interesaba en absoluto. Así que, sin saber cómo, a los diez minutos estábamos planeando con total normalidad el asalto a la cárcel para liberar a Juan. Ni más ni menos.
Yojairo sabía que en la isla solo había dos móviles, uno el que tenía el shaila y el otro la policía. El plan era ir antes del amanecer a la cabaña-cárcel y llevarnos a Juan. 
-¿Cómo?- pregunté -.
- A lo bravo - contestó Yojairo rápidamente, sin dudas -.
Así que después de dormir por primera vez en mi vida en una hamaca con la idea de que al amanecer tenía que ir a asaltar una cárcel (también por primera vez), nos levantamos a las 5 de la mañana y, sigilosamente, nos acercamos a la cabaña en la que teóricamente estaba Juan. 
Antes de entrar miré al cielo, las estrellas brillaban... respiré hondo la brisa del mar... miré al frente, una isla dibujaba su silueta, recortadas en la noche sus estilizadas palmeras... Abdú me hizo un gesto como preguntándome que qué hacía...
Nelson, Yojairo, Abdu y yo entramos en la chabola dispuestos a no sé qué, pero tanto Juan como los dos policías dormían plácidamente en sus hamacas. Yojairo se acercó al capitán y lo despertó sin que los guardianes se enterasen. Nos apresuramos para llegar a puerto y, cuando el motor rugió, respiré profundamente al vernos de nuevo navegando, libres. Gracias a Dios, sin haber tenido que hacer uso de "lo bravo".

Y en fin, que el mar nos volvió a zarandear, pero llegamos sanos y salvos a Puerto Obaldía, la frontera con Colombia, de allí a Capurganá, un maravilloso pueblecito rodeado de selva y como destino final, Turbo.

Ahora estoy en Medellín y mañana me voy para Bogotá donde, creo, pasaré la Nochevieja. Llevo 3 días solo en Colombia, pero la amabilidad de esta gente es como me habían avisado, desmesurada. Pero esta es la siguiente historia.
 
 
Lindos y lindas, os deseo felicidad total y brutal para este año que llega. Y más que vendrán.
Muchos besos a todos.

martes, 18 de diciembre de 2012

Y EL DRAMA LLEGÓ (Y SE FUE)

Ahora que ya puedo respirar con normalidad, ahora que los nuevos vientos de Panamá me han sosegado, ahora que la luz del sol brilla de nuevo y la veo... ahora ya puedo contar que en Costa Rica me robaron todo. Y todo es todo lo más importante... el ordenador, la cámara, el equipo de sonido que me trajo el gran señor LaOnda, un ebook, el móvil, el pasaporte y lo más doloroso (bueno, lo único realmente): el disco duro en el que  almacenaba todas las fotos, los vídeos y, tristemente, las entrevistas que había realizado ya para el viejo proyecto de siempre... todos los recuerdos desde Alaska hasta Costa Rica.
La culpa del robo, obviamente, fue mía. Viajaba en un bus dirección al parque nacional Tortuguero y, saltándome todas las reglas no escritas del viajero, coloqué mi bolsa (mi vida) en el portaequipajes, sobre mi cabeza. El bus, en teoría, no paraba hasta Cariari... en la práctica, se detuvo en mil sitios. Solo una de esas paradas bastó para que una bellísima persona (al cual le deseo que en su futura vida conozca todas las modalidades del sufrimiento) aprovechara que yo estuviera distraído para coger la bolsa y desaparecer. Podéis imaginar mi cara y mi corazón en el momento en el que llego a mi destino, me pongo de pie para bajarme e intento agarrar la mochila... a pesar de que mis ojos veían claramente que allí no había nada, mis manos se metían en el el portaequipajes, buscando en ese espacio vacío lo que ya no estaba ni iba a volver, removiendo el aire sin llegar a creer lo que claramente me advertía el fuego que comenzaba a quemarme por dentro. Fueron momentos críticos en los que cuesta asumir la evidencia de que te han jodido... y bien.
Un consejo: hay que hacer siempre caso a esa especie de alarma interna, a ese sutil sentido que nos advierte con pensamientos inverosímiles cuando aún estamos a tiempo y pensamos que son eso, inverosímiles. Juro que en estos casi 7 meses que llevo de viaje jamás había pensado en ser robado con tanta intensidad como cuando me monté en ese bus. De hecho, mientras avanzaba hacia Tortuguero, pensé que lo único importante que llevaba era el disco duro. Todo lo demás era cuestión de dinero, todo reemplazable. Pensé que debería de llevar siempre ese pequeño aparato en un bolsillo del pantalón, de la misma manera de la que no me separo nunca de la cartera con los dineritos y las tarjetas... pensé, solo pensé. Los asientos del bus eran de la medida centroamericana, es decir, estrechos, así que en el momento de decidir entre colocar la mochila en mis pies o subirla al portaequipajes, pesó más el miedo a estropear el ordenador, o la cámara... ese momento en el que  tomé la fatal decisión ha vuelto mil veces a mi memoria y los primeros días intentaba, seriamente lo digo, rebobinar.
También es cierto que después de haber cruzado países como México, Honduras o Nicaragua, en los que teóricamente casi te han de matar y en los que no me había pasado absolutamente nada, pues uno avanza más confiado. Pero está claro que Costa Rica no ha salido buena, al menos para mí. Ya debería de haber aprendido algo al comprobar de qué manera las casas en San José están fortificadas y valladas aparatosamente, sin dejar resquicio alguno para un posible ladrón. Esto da una idea del miedo general que se percibe en el ambiente. Y también da una idea de cómo es posible que un país en el que la gente gana de media 300 o 400 euros pueda resistir unos elevadísimos precios que rozan la locura, a la altura de Francia o Inglaterra. Cuando fui de nuevo a comprar unos candados en San José, el ferrretero, un tipo orondo y conversador, me explicó brevemente que la excelente campaña de marketing internacional que atrae a millones de turistas también funciona internamente... "aquí somos "pausados", quizá en otros lugares la gente se rebela, pero el gobierno nos ha hecho creer que este es el país en el que la gente es más feliz... ¡y nos lo hemos creído!
Aunque es fácil observar, y más si vienes desde México, que una de las muestras más evidentes de felicidad es la sonrisa nacional bruta, algo que no se compra ni se estudia, algo que se tiene o no se tiene. Es algo intangible que se descubre rápidamente por el porte de las personas, por el cariño que desprenden cuando se dirigen a otros, conocidos o no, por la música arrolladora de unas palabras que siempre acaban en una que abraza cariñosamente al otro... al otro, exactamente, porque esa sonrisa siempre actúa saludablemente sobre el que es su dueño, pero el que la agradece es el otro. Y viajando, cruzando países de esta manera, es cuestión de muy poco tiempo saber en qué terreno te encuentras. En estos países "sonrientes" que he cruzado las miserias son muchas, pero el brillo de los ojos de esa mirada directa, limpia y sin miedo siempre es el mismo. Y de esos, por ahora, Guatemala ocupa el podio. Y Costa Rica no es la segunda.
Sin embargo, el día de antes del día D, había conocido y entrevistado a Álvaro Muñoz, un arquitecto jubilado de 74 años, costarricense de San José. Esta maravilla de persona, entre otras muchas cosas interesantes, me dijo palabras que ya he hecho mías. Me comentó, al hilo de su propia vida, que las cosas suceden y, aunque nunca lleguemos a saber porqué ni cómo, estos cambios se convierten en beneficios, en nuevos caminos inesperados que uno debe de emprender.
Quizá todos hayáis perdido algo importante y sepáis de qué hablo, pero ahora, ya curado de esta gran herida, me doy cuenta de que todo lo que consideramos imprescindinble en la vida es cuestión de perderlo para darte cuenta de que era prescindible. Aceptar es el reto. Y yo, con esta minucia, creo haber aprendido algo más acerca de la vida, del "eterno camino de la pérdida", tal y como la definió otra gran persona que conocí en San Cristóbal de las Casas, Luis, jardinero y escultor de jade, 72 años, lúcido vocacional. La entrevista de la que me sentía más orgulloso, uno de los instantes más intensos de mi viaje. Lo siento también por él, le hubiera encantado verse enhebrado en todo esto.
Y como he aprendido algo y he evolucionado como persona en estos 6 días, al pedazo de cabrón que me robó ya no le deseo todo eso del sufrimiento y tal, ahora con que se muera ya es suficiente. Una muerte lenta, y dolorosa a poder ser, pero efectiva...
Y hablando de ladrones, paso a contaros la experiencia de intentar recuperar algo de lo robado en esos lugares prohibidos... y peligrosos.
Volví al lugar del crimen al día siguiente, después de haber pasado una noche en Tortuguero, el mejor lugar que he visitado de Costa Rica, un parque nacional enclavado en la selva costera del caribe al que solo se llega en avión o en barca. Así llegué yo, a lomos de una barca que se asemejaba a una flecha, larga y delgada, bajando velozmente las aguas rojas de un río en el que se reflejaba la muralla de selva que lo cercaba y en el que varios cocodrilos se soleaban en sus orillas sobre los árboles caidos por el paso del tiempo. Había decidido dejar pasar un día para darle tiempo a Julián (al ladrón le llamaremos Julián, mejor que insultar al pobrecico cada vez que lo mente) a ir a vender todo lo mío. Un guía me dijo el lugar al que debía de ir... le decían "donde El Pana", un nombrecito que ya prometía. Preguntando preguntando, y entre varias miradas de desconfianza más que amenazadoras, llegué al tugurio del Pana. Era una mole de 180 kilos que se asemejaba bastante a los elefantes marinos que vi en California. Estaba completamente protegido por unas rejas que lo separaban del mundo, incluso creo que del aire. Tras aquellas verjas en las que se hacinaban objetos robados de todas clases, todo era aceitoso y oscuro. Le pregunté si tenía algo que le hubiera aparecido en las últimas 24 horas, que pagaría lo que fuera por un disco duro... el Pana me miró... negro, le dije, y cuadrado (gesticulé con las manos, dibujé un cuadrado)... y creo que ni abrió la boca para decir que no... por un momento había creído en los milagros, pero gracias al puto Pana volví a la realidad del no creyente. Aún así, le dejé escrito mi mail por si aparecía algo... supongo que aún se debe de estar riendo... si puede.
Una mente lúcida, el teniente Delroy Martinez de Tortuguero, y el que por sí solo merece un capítulo aparte que no toca hoy, me dijo que probablemente Julián habría ido a vender todo lo mío a San José, ya que normalmente, según su experiencia, estos tipos no vendían donde solían trabajar, además de que en la capital pasaban más desapercibidos y el mercado era más grande. Y doy fe de que así era. El mercado negro en San José, corroborado por todos los policías a los que pregunté, gira en torno a una tienda de compra venta cuyo nombre no deja lugar a dudas acerca del origen de sus quehaceres: La Cueva. Y todo lo que hay a su alrededor funciona, tanto por disposición de las tiendas como por funcionamiento, a imagen y semejanza de un mercado tradicional, nada más que en este caso todo lo que se oferta ha sido robado. Fue muy curioso. Abundaban, como es lógico, ordenadores, cámaras de fotos, de vídeo, relojes, móviles, USB y todo tipo de aparatos que me hicieron pensar, por un momento, que todo aquello tuvo un dueño como yo al que un buen día otro Julián como el mío le había amargado. Me sentí acompañado en la desdicha. Conforme iba de tienda en tienda y las respuestas negativas se sucedían, ya vi que aquello iba a ser imposible. Además, aunque no parezca gringo, tampoco parezco costarricense (los ticos son más como el Fresa), así que todos los vendedores de Alí Babá me miraban pensando en su interior: "mira, otro turista idiota al que le han sacado la chucha en busca de un milagro".  Obviamente, los milagros no suceden, y menos con tan poco tiempo transcurrido.  Quizá todo lo mío emerja en esas tiendas dentro de 1 o 2 meses, aunque, como me dijo uno de los mercaderes, formateado y borrado todo rastro de los recuerdos de su dueño anterior.
Así que, tras recorrer La Cueva y alrededores y descubrir la cara oculta y sucia de la ya de por sí horrible ciudad de San José, me volví al hostel resuelto a salir de una vez de aquél país al que creo que no volveré nunca, a no ser que me llame Julián para decirme que se ha arrepentido... o para darle el tiro de gracia, cualquier opción es válida.
Y ahora estoy en Panamá City, por contraste una de las capitales de centroamérica más atractivas que he visitado. El casco viejo, donde nació la segunda ciudad una vez desalojaron el primer emplazamiento tras ser saqueada y quemada por el pirata galés Henry Morgan, se parece demasiado a lo mejor de la depravada y decadente Habana Vieja. Las imágenes son las mismas, los colores, hermanos. Y justo enfrente, coronando la bahía, una multitud de rascacielos avisan de la riqueza del país desde que se convirtió en uno de los primeros paraísos fiscales y, más recientemente, desde 1999, año en el que los americanos entregaron a Panamá el control del canal, de los cuantiosos peajes que se les cobra a los barcos por cruzar esa vía de agua de 80 kilómetros de longitud que ha hecho al mundo un poco más pequeño.
A esta ciudad se la conoce como la Miami del sur por varias similitudes, entre ellas la imagen que proyecta la ciudad y la de sus propios habitantes, encantados de pertenecer al "american way of life".
Tanto Costa Rica como Panamá son "sucursales" de USA, pero me da la impresión que el país de los ticos es utilizado como descanso y recreo mientras que en Panamá los gringos han venido a hacer dinero... a su manera.
Creo que esto es todo... estoy a la espera de que el señor LaOnda me confirme algo de la nueva cámara que me voy a comprar, ya que Panamá vende todos estos productos libre de impuestos y son algo más baratos que en los países que la rodean... al menos Julián tuvo este detalle.
Bueno, niños y niñas, un besazo bien gordo a todos, escribirme mucho y que sepáis que ya estoy vivo de nuevo... me espera Sudamérica, el Amazonas... emoción tengo ya por los adentros!

lunes, 10 de diciembre de 2012

COSTA RICA... PURO CUENTO


Hola lindos y lindas!!! Aquí estoy de nuevo y de nuevo agradezco a todos los que me escriben dándome besicos y demás... es una maravilla teneros, de verdad.
Vamos al cuento de hoy...
Esta es la imagen de Costa Rica, la rana de siete colores, un animal de cuento, tal y como se supone que debería de ser este país que tan bien sabe venderse al mercado internacional. El título del post, puro cuento, alude a la respuesta que te dan todos los "ticos" (así se llaman los habitantes de aquí) cuando les das las gracias por algo o cuando finalizan una conversación: "pura vida". Yo lo he cambiado por "puro cuento", ya que el país ofrece las mismas dos caras que la propia palabra cuento. En el aspecto positivo, una naturaleza deslumbrante, aunque no te ciegue; en el negativo, unos precios que dejan por baratísima a España y una falta de calor humano que yo, quizá condicionado por los abrazos de México y Guatemala y, en menor medida, en Nicaragua, he notado como si faltara algo en el aire. Básicamente, la sonrisa general que gobierna en otras tierras aquí se enfría.
La visita al país la comencé en San José, la capital, la ciudad más gris, sosa y sin sentido que he visto hasta ahora. Inmediatamente me fui hacia el Caribe, donde la época seca acababa de comenzar, teóricamente. Esta zona está habitada, como todo el Norte caribeño de Centroamérica, por un sin fin de mezclas entre humanos entre las que predominan los garífunas, una raza que surgió gracias a un naufragio. La historia, resumida, es esta: un barco negrero español naufraga frente a las costas de la isla de San Andrés en el Caribe. Los esclavos africanos matan a la tripulación española y huyen a la isla, se mezclan en todos los sentidos con los indios que allí vivían y nace algo nuevo. Años más tarde, los ingleses se adueñan de la isla y esa nueva raza parece ser que no se doblega tan fácilmente. Los ingleses, expeditivos, deciden deportarlos a todos a la isla hondureña de Roatán. Desde allí, poco a poco y en barcas, inician el éxodo que les llevará a ocupar toda la costa caribeña desde Belize hasta Costa Rica, mezclándose a su vez con los indígenas autóctonos, con los mestizos, con los descendientes de los esclavos jamaicanos, etc... Al final, la cosa es que vas al norte de estos países y te encuentras a negros con rastas fumando marihuana (o no) y con Bob Marley asomando por las pupilas de sus ojos... nada que ver con el centro o la costa pacífica, asimilada a la civilización y habitada por gentes que sienten que ese norte salvaje casi no pertenece a su país.
Sin embargo, el paisaje del Caribe salvaje azotando las playas desiertas solo habitadas por palmeras tiene su cosa...


La costa pacífica de Costa Rica tiene uno de los mayores tesoros del mundo según National Geographic. Estos señores dicen que la península de Osa, en la que está enclavado el parque nacional Corcovado, es el lugar con mayor biodiversidad del planeta. El 2,5 % de todos los animales del mundo viven allí. La lista es interminable, lo mismo que los datos: 300 especies de esto, 280 de lo otro, 3000 de lo de más allá... la verdad es que hay miles y miles de animales de los cuales solo ves una mínima parte, la suficiente para generarte la sensación de estar visitando el arca de Noe. Haciendo un recuento así por encima de toda mi visita al país puedo recordar estos: perros, cucarachas, loros de varias clases y colores, tucanes, águilas, hormigas, cangrejos, un ocelote, un armadillo, arañas, coatís, pizotes... y monos como los macacos escarlatas o estos de cara blanca...

 

... lo de los monos no tiene ningún secreto, es muy fácil verlos, supongo que por la cantidad que hay y por el poco miedo que le tienen al humano. Según un propio tico que conocí, la diferencia entre los costaricenses y sus vecinos nicaraguenses o panameños es que ya hace más de 30 años que cuando ellos ven a un animal no le disparan, mientras que en los países vecinos aún se les mata. Quizá esto explica que el 30 % del país esté protegido y que atravesando sus tierras puedas comprobar que la mayor parte todavía permanece virgen, libre de civilización y, aún más importante, de cultivos. Y es el pez que se muerde la cola, claro, ya que el nivel de vida adquirido en este país con los ingresos del turismo les permite no arrasar con plantaciones los terrenos que en otros países obligatoriamente tienen que utilizar para poder comer, aunque solo sea maíz.
Los monos son fáciles de ver, decía, pero la auténtica revelación de este país han sido las ranas, más de 180 especies que se esconden un poco más que sus colegas de los árboles. Hice una caminata nocturna con un guía que era como la biblia de las ranas y la enciclopedia de los demás animales... sabía y le gustaba... caminar por la noche en la selva es interesante, aparte de por la magia que encierra penetrar en esa oscuridad invadida por sonidos indescifrables, por el ejercicio de fe que supone en sí mismo, ya que en teoría hay demasiados animales que no interactúan muy bien con el hombre a esas horas en la que todos salen a devorarse mutuamente, todo en función del tamaño, de la astucia y de lo que la naturaleza haya puesto en sus manos (o garras). Lo cierto es que por la noche se sienten muchas cosas y también se ven. Esta es, por ejemplo, la rana toro... la mocica puede llegar a pesar 3 kilos y se puede comer una gallina...

Y esta es una prima de aquí de las lagartijas de allí....





Pero la fascinación extrema y las preguntas acerca de quién ha fabricado esto llegan con las increíbles presentaciones que ofrece la, hasta ese momento, anodina rana...




De esta me enamoré...


... y de esta...





En fin... 
Después estuve por el volcán Arenal, cuyo mayor atractivo es que calienta todas las aguas que fluyen por sus faldas convirtiendo la zona en una de las mejores de todo el país para bañarte en aguas termales... o en ríos termales. La experiencia de bañarte en un río de agua caliente rodeado de una vegetación que recuerda a Parque Jurásico también es algo que se quedará aquí dentro.
Además de esto, el parque ofrece unas breves caminatas en la que atraviesas varios ecosistemas, ves animales como el faisán salvaje y te acercas a árboles como esta ceiba...


Bueno, niños y niñas, por hoy ya está. Mañana me voy al parque nacional Tortuguero. Desde allí subiré por los canales que cruzan la selva hasta el río San Juan, la frontera natural entre Costa Rica y Nicaragua. Remontaré el río hasta el lago Nicaragua y allí visitaré la isla de Ometepé y Granada, la primera ciudad planificada y construída de toda América. El miércoles que viene tengo que estar de nuevo en San José porque ya tengo el billete para Panamá, algo que ha sido difícil de conseguir ya que por lo visto mucha gente viaja para allí en estas fechas. Así que ya escribiré un poco más la semana que viene. 

Ah, deciros también que a nuestro corto EL HIJO 10  le han dado otro premio. Esta vez ha sido en casa, en la Cerdanya, en el festival de Puigcerdá. La mención especial del jurado. Inaginaros cómo estamos de felices mi querido amigo Oscar (el hijoeputa no me escribe desde hace 3 meses) y uno mismo.
Muchas gracias por seguir leyendo y muchos besos para todos los que me escriben... no sabéis lo bien que sientan vuestras noticias, tan a gustito que estáis ahí, tirados en el sofá, calentitos, con la nevera llena, sin preocupaciones, sin miedo.
Ala, a cascala...