jueves, 27 de diciembre de 2012

UN CUENTO DE NAVIDAD.

Hace ya demasiados años que la palabra viajar se divorció definitivamente de la palabra aventura. Hoy en día, pocos lugares quedan en el mundo en los que uno pueda sentir la primorosa excitación de saber que está visitando algo que es desconocido para el resto de los mortales, o casi. Esto ya pertenece al reino de las utopías. Ahora, vayas donde vayas, la pureza representada por el indígena y sus vírgenes tierras ha mutado en un teatro que representa lo que originalmente fue la vida de estos habitantes de lo salvaje, una función diseñada para sacarle al visitante los dólares necesarios con los que los actores puedan comprar, principalmente, cosas que les acerquen más al modo de vida de esos mismos turistas que creen estar presenciando el origen de los tiempos. Esa es la paradoja. Los unos querrían vivir como los otros, pero no se atreven a cambiar; y los otros querrían vivir como los unos, pero no pueden cambiar. La verdad, incluso en el turismo, ya murió. Los escasos habitantes verdaderos de este planeta, los que no saben todavía lo que es una cámara de fotos, permanecen, gracias a diversas organizaciones, protegidos del acoso del turismo. Esa aventura está vetada y bien que me parece.
Sin embargo, la palabra aventura también tiene una acepción particular, propia, la que uno considera que  es válida para una experiencia que ha vivido. Y aquí es donde quería llegar con todo este rollo: creo que he vivido una aventura. Vamos a ella.

Como os dije anteriormente, Panamá me sorprendió por el contraste de las dos ciudades. Una, la parte vieja construida por los españoles, la que tanto se parecía a la Habana Vieja, era el lugar al que llegaban todas las riquezas extraídas del expolio del imperio de los Incas para pasar por tierra al mar Atlántico, desde donde se embarcaban para llevarlas a España. Pero los piratas ingleses, capitaneados por el insaciable Henry Morgan, nos robaban todo lo que antes nosotros habíamos robado, así que, hartos de tanta injusticia, los españoles decidieron cambiar la ruta para evitar los asaltos de los piratas e iniciaron la ruta por el Cabo de Hornos, dando la vuelta completa al continente americano. Lo curioso es que la misma ruta que trazaron los españoles para trasladar por tierra las mercancías entre los dos océanos a través del istmo de Panamá, fue el mismo que 400 años más tarde utilizaron los americanos para construir el canal. Así que desde el lugar en el que antaño los españoles se defendían a cañonazos, hoy en día, frente a la bahía, se ve lo que los hijos de los ingleses, los americanos, han construído a base de piratear con otras tácticas mucho más diplomáticas....


Esto es la nueva Panamá city, el lujo derivado de ser durante lustros un paraíso fiscal patrocinado por USA y, en mayor medida, de ser los dueños de la gran autopista del mundo...


El Canal de Panamá....



Los barcos que lo cruzan pagan de media unos 300.000 dólares, y al cabo del día circulan unos 40. Este, por ejemplo, de Copenhague, pagó unos 200.000 euros, así que ya podéis hacer cuentas de lo que supone ser el dueño de estos 80 kilómetros. Y toda esta riqueza se nota en la ciudad, pero no en todos los ciudadanos. Panamá es el país con mayor desigualdad económica de todos sus vecinos y la riqueza que genera tanto tránsito internacional de barcos no se percibe en las extensas barriadas humildes que se adhieren a ese círculo formado por los rascacielos.

Para cruzar de Panamá a Colombia solamente hay dos alternativas: por mar o por aire. No existen carreteras. La impenetrable selva del Darién divide al continente americano impidiendo que nadie pueda atravesarlo por tierra. Nadie excepto la guerilla, los narcos, las fieras propias de la selva y la amenaza invisible: el mosquito Anopheles y su amiga malaria. Así que esta opción quedaba descartada. Por avión, dado que estamos en fechas navideñas, era ya imposible hasta el 13 de Enero, todo vendido.Así que quedaba la opción marítima y era aquí donde uno podía elegir entre lo conocido o la aventura.
Lo conocido suponía pagar 400 euros por un viaje en velero de unos 5 días organizado a gusto del consumidor americano cruzando el archipiélago de San Blas, unas trescientas paradisiacas islas que son el hogar de la etnia indígena Kuna.
La aventura suponía buscarse la vida e intentar encontrar una barca de pescadores o de comerciantes o de lo que sea, para que te llevaran por 120 euros y por el mismo itinerario. Yo elegí la aventura.
Este es el aspecto de la costa del pueblo al que me dijeron que tenía que dirigirme para intentar el milagro, ya que en esas fechas navideñas ya casi nadie cruzaba a Colombia...


Mucho barco no se veía, la verdad... los perros compartían la playa con los buitres conformando una postal nada alentadora.
Toda la costa caribeña centroamericana repite el mismo patrón: mar embravecido, descolorido y hostil enfrentado a una tierra atiborrada de verde. Y ahí, en ese ambiente enrarecido, con un aire denso y empapado que se respira con desgana, se asientan innumerables comunidades que malviven en el olvido de la pobreza, personas separadas voluntariamente del resto del mundo, seres que consumen inactivamente sus días envueltos de una tristeza colectiva que se percibe de la misma manera que el insistente rumor de las olas. Son pueblos que, simplemente, yacen.Y Miramar era uno de ellos. Este era el ambiente en la avenida principal...


A mi aventura se unió Abdu Mutawa, un parisino de origen camerunés muy buena onda, todavía inocente y, por lo tanto, siempre sonriente. Lo que más le gusta del mundo son los gimnasios.
En Miramar, a la espera de algo que no sabíamos si iba a suceder o no, Abdu y yo charlamos durante horas con el aburrido policía que registraba los esporádicos barcos que se acercaban y se alejaban del desvencijado puerto, si así se le podía llamar. Estaba destinado allí por 8 días, consumidos en mirar a la nada, sentado sobre una caja de cerveza vacía y con una carpeta raída entre sus manos.
Me preguntó, la segunda persona que lo hace en este viaje, que para qué viajaba. Él opinaba que eso era tirar el dinero y que había que ahorrar. No le gustaba viajar y no entendía a los que lo hacían.
En la charla se deslizó la autonomía de la que gozan los Kunas, los pobladores del archipiélago de San Blas. Esta etnia disfruta de un privilegio inédito en otros países ya que disponen  del control total de su territorio, tanto para administrarlo como para gestionar sus recursos. Pertenecen a Panamá, pero tienen sus propias leyes y nadie puede entrar en sus tierras (islas) sin su permiso.
Según las propias palabras del policía, "esos hijoeputas tratan abusadoramente a todos y después vienen a la ciudad como perro con el rabo entre las patas, con la mirada baja y sumisa. En su tierra, al turista le cobran precios excesivos y se aprovechan de su situación". Incluso, nos dice, colaboran estrechamente con las redes de narcos colombianos que atraviesan sus aguas camino del mercado del norte, dándoles cobijo a cambio de suculentas cantidades de dinero.
Las horas pasaban y ninguna de las pocas barcas que se acercaron iban a Colombia. El policía nos dijo, repantingado sobre la mugrienta pared, que no esperáramos tener suerte ya que estas fechas (21 de Diciembre) ya no eran para trabajar. Nos aconsejó que nos volviéramos a Panamá y que desde allí fuéramos a Cartí, que de allí seguro que salían. Lo dijo con ese típico convencimiento centroamericano que en seguida te hace saber que se trata de todo lo contrario. Según él, para embarcar en Miramar nos tendría que suceder un milagro. Y sucedió. Justo 20 minutos antes de coger el bus de vuelta a Panamá, decidí ir a fotografiar el bravo mar… y en esa playa vacía, de repente, apareció como salido de la nada Nelson, ofreciéndose por 120 dólares a llevarme a Puerto Obaldía y, si quería, por 30 dólares más, a Turbo, donde comienza la propia Sudamérica colombiana.
Así que a la media hora Abdu y  yo nos encontrábamos negociando en un antro de la misma playa el precio del pasaje con unos tipos que acabábamos de conocer y en los que dipositábamos nuestra plena confianza para cruzar los 120 kilómetros de costa que nos separaban de nuestro destino y del suyo, ya que ellos eran de Turbo. La tripulación la formaban Juan, el capitán, Yojairo, el encargado de las cuentas, y Nelson, el chico para todo. El de la derecha es Nelson, el de la izquierda es Abdu (se le ve más alimentadico)...


Además, ahora me doy cuenta, en esta foto también se puede apreciar un trozo de historia. Como bien decía Abdu, para él había sido un descubrimiento comprobar la ingente cantidad de negros que hay en América, y más en esta costa caribeña. Ambos, tanto Abdu como Nelson, tienen los mismos orígenes: África.  La diferencia entre ambos es que los antepasados de Nelson viajaron a América como esclavos, la mano de obra baratísima de la que todos los "conquistadores" del mundo mundial se han nutrido a lo largo de la historia para agrandar su riqueza. Sin embargo, los antepasados de Abdu han hecho un viaje mucho más reciente y han encontrado lo que iban buscando: la fortuna de poder comer cada día. Ambos pertenecen al mismo lugar, pero hay todo un mundo entre ellos.
También se aprecia otro detalle: Nelson, con la actitud servil inscrita en los genes tras tantas generaciones de esclavitud, es el que sostiene el pesado pez solamente para agradar a los turistas, sin mostrar ninguna sonrisa porque, básicamente, no tiene motivos. Sin embargo Abdu, pletórico, señala el pez como si fuera algo que él ha conseguido mientras asume con normalidad que Nelson sea el que lo acarrea. Tanto el servilismo de uno como el exceso inconsciente del otro se observa constantemente viajando por estos lugares. Muchos siglos en los que de tanto agachar la cabeza frente al señorito, todavía emerge fácilmente esa actitud de una manera camuflada, sí, pero con una historia larguísima de humillación que la genera.

En este antro en el que nos cocinaron un trozo de este exquisito pescado cerramos el trato. En teoría, la travesía debía de durar unas 10-12 horas, dependiendo del estado del mar. Pero como bien dijo Yojairo, a quien sus hijos esperaban en casa, contra antes llegásemos mejor. Ellos habían venido a Panamá para cargar su barco con pargo rojo, un pescado que, a raíz de la pesca con redes en Colombia, ha desaparecido de sus aguas. Pero en Panamá, las tripas del pescado van incluidas en el peso y así no les salía rentable el negocio; parece ser que a eso se dedicaban, a negocios de todo tipo entre los dos países. 
Yojairo, dada su inacabable verborrea, se convirtió en el protagonista de la cena de negocios y nos fue documentando tanto de sus curiosas filosofías como de los elementos que nos íbamos a encontrar en nuestro viaje. Su filosofía se resumía en una extrema "corrompición del hombre" en todas las facetas... de ahí, no sé cómo, llegamos a los tiburones, tan numerosos en este cabreado mar, a sabiendas de que al día siguiente nos esperaba un viaje por esas mismas aguas… según Yojairo, nunca sabías lo que iba a suceder, así que había que aprovechar el día de hoy, porque el mañana no se sabía si el Señor nos lo concedería o no… esto no nos tranquilizaba demasiado, la verdad. Así que nos explicó que si naufragábamos, lo mejor era no moverse y, con el salvavidas puesto, dejarse llevar por la corriente, ya que finalmente siempre se dirigía hacia la costa. Si comenzabas a nadar llamabas la atención del tiburón... y ese era el peor sueño de Yojairo, una idea que le persiguía siempre que navegaba estas aguas, consciente de que ahí abajo ellos estaban esperando. Para intentar tranquilizarme a mí mismo le pregunté, casi aseverándolo, que era obvio que no corríamos peligro porque en nuestra travesía siempre íbamos a estar cerca de la costa.. Yojairo me miró y sonrió con una mueca que demostraba su comprensión acerca de mi ignorancia. 
-Iremos -respondíó todavía sonriendo- a unos 200 o 300 metros, pero ahí siempre hay algo que está esperando lo suyo…
Abdu y yo nos miramos. Yojairo continuó con la faena.
- Esos metros son los preferidos por los tiburones para alimentarse en las desembocaduras de los ríos… o los caimanes, que salen de los ríos para comer en el mar… 
En fin, respuestas nada tranquilizadoras. Para rematar, cuando nos levantamos de la mesa para ir a dormir, Yojairo se despidió con el estoque final: “estamos en las manos de Dios”…
A la mañana siguiente quedamos en el puerto a las 6 de la mañana para aprovechar todo lo posible la luz del día. Esta era nuestra chalupa...



                                                                                                                                             
Desde el mismo momento en el que salimos a la mar, me di cuenta de que la travesía iba a ser mucho más dura de lo que había imaginado... con diferencia. Una mar desbocada con olas de 4 metros nos zarandeaba a su antojo, golpeando violentamente la chalupa una y otra vez. Cada ola que lográbamos superar nos levantaba en el aire... unos segundos... para volver a caer, estrellándonos de nuevo contra el revuelto mar. Comenzó a llover, la tormenta arreció y fue cuando, completamente mojados, miré a Abdu y ambos nos dimos cuenta de lo que era tener miedo de verdad. Por unos momentos pensé en las pateras, en el horror que debe de sentirse cruzando todo un mar. Jamás me había sentido tan en el lugar de otra persona... salvando las diferencias.
Sin embargo, también es cierto, el capitán demostraba una pericia increíble para evitar en lo posible la violencia del mar. Esta agitación no dejaba saborear demasiado el espectacular litoral que se presentaba a estribor. Una inacabable cadena montañosa de selva virgen recortada por aquellas solitarias e infinitas playas tropicales aparecían y desaparecían entre jirones de niebla, entre nubes que las engullían para devolverlas de nuevo.
Las horas pasaban y fue cuando, al preguntar por el tiempo que quedaba todavía de viaje, me di cuenta de que llegar a Puerto Obaldía en el mismo día era una utopía. Parece ser que íbamos a hacer noche, aunque no sabíamos dónde. La tormenta desapareció y comenzamos a entrar en el archipiélago Kuna, unas islas protegidas de la furia del mar por un arrecife que detiene a las olas un centenar de metros mar adentro.
Yojairo, siempre amable y atento, nos ilustraba sobre las costumbres de los kuna conforme íbamos dejando atrás una infinita hilera de pequeños islotes, algunos con la superficie justa para alojar tres palmeras rodeadas de dos palmos de blanca arena. En las que estaban habitadas, las chabolas de caña se hacinaban en el poco terreno disponible, pegadas las unas a las otras, contradiciendo la natural armonía del paisaje que las rodeaba. 


Los kuna salen cada día de sus islas para trabajar en sus cultivos, grandes plantaciones de cocos que crecen tanto en tierra firme como en muchas de sus islas. Estos cocos los utilizan para comerciar e intercambiar  productos con todas las barcas que se acercan a sus islas. Las mujeres usan todas el mismo atuendo, de colores llamativos y complejos bordados. Cada día navegan entre las islas con unos cayucos artesanales, a remos...


Paramos a comer algo en una de las islas que Yojairo parecía conocer bien. Mientras nos cocinaban un pulpo exquisito, me fui a deambular por las cuatro "calles" de la isla y allí me recibieron todos los niños de la isla que estaban jugando juntos. Esta foto es la típica que nos encanta hacernos a todos los viajeros en estas circunstancias en las que los niños se te acercan, te tocan y te sonríen como si fueras un juguete nuevo que no han visto nunca...


Yo gritaba de alegría, básicamente, por seguir vivo...
Así son las casas de estos niños...



Después de comer nos hicimos a la mar, navegando de nuevo entre las islas protegidos de las furiosas olas. Al ponerse el sol, Juan, el capitán, decidió hacer noche en Playón Chico, una de estas islas habitadas.
Mientras cenábamos en el único lugar de la isla parecido a un bar, me percaté de que el capitán intimaba demasiado deprisa con la joven chica Kuna que nos sirvió las escuetas raciones de pollo con patacones. Parece ser que ya se conocían y, según me contó el propio Juan, hace años que no pasaba por allí, pero la última vez que estuvo en la isla para comprar cocos y llevarlos a Colombia, creyó  ver que con aquella chica podía tener un romance. Aunque, a decir verdad, aquella chica parecía dispuesta a tener varios romances. Pero bueno, Juan se sentía el elegido. Y, por lo que supe más tarde, estas mezclas no son del agrado de los Kuna y las evitan en todo lo posible. Por ejemplo, Nelson nos contó mientras paseábamos por la isla que debíamos estar de nuevo de vuelta en la cabaña que nos habían designado antes de las 6 de la tarde, ya que después de esa hora está terminantemente prohibido para cualquier persona que no sea Kuna caminar por las estrechas callejuelas que se abren paso entre las chabolas de caña. Cada isla tiene su shaila (cacique), quien impone sus propias leyes a su antojo y parece ser que ésta, la de evitar que el extranjero camine por la noche, tenía como objetivo impedir los encuentros entre éstos y las mujeres Kuna, ya fuera por dinero o por placer. Si te sorprendían fuera de tu cabaña más tarde de las 6, la propia policía de la isla te llevaba preso a su cabaña y debías de pagar una multa importante tras un juicio realizado por el shaila. La policía, si así se le podía llamar, era para verla. Un par de chavales jóvenes que más bien parecían pandilleros se encargaban de que el orden y la ley se cumplieran en Playón Chico.
Y Juan no estaba por la labor de cumplir ni el orden ni la ley. Mientras colgábamos en la cabaña las hamacas en las que íbamos a dormir (la primera noche de mi vida), supe que algo iba mal cuando Yojairo y Nelson intentaban convencer al capitán de que desistiera de sus planes ya que nos podrían traer problemas a todos.
Pero Juan tenía una cita y era un caballero. Así que a las 7.30 de la noche se fue a cumplir su misión con la camarera. Un cuarto de hora más tarde entró en la cabaña uno de los dos policías para informarnos de que Juan estaba detenido. A la mañana siguiente, el shaila decidiría qué hacer. 
Yojairo enmudeció... Juan era el capitán, el único capaz de llevarnos con éxito a puerto... sabía que la cosa, en el supuesto de que se resolviera con una multa, podría demorarse dos días más, y sus hijas le estaban esperando... y a Abdu y a mi tampoco nos interesaba en absoluto. Así que, sin saber cómo, a los diez minutos estábamos planeando con total normalidad el asalto a la cárcel para liberar a Juan. Ni más ni menos.
Yojairo sabía que en la isla solo había dos móviles, uno el que tenía el shaila y el otro la policía. El plan era ir antes del amanecer a la cabaña-cárcel y llevarnos a Juan. 
-¿Cómo?- pregunté -.
- A lo bravo - contestó Yojairo rápidamente, sin dudas -.
Así que después de dormir por primera vez en mi vida en una hamaca con la idea de que al amanecer tenía que ir a asaltar una cárcel (también por primera vez), nos levantamos a las 5 de la mañana y, sigilosamente, nos acercamos a la cabaña en la que teóricamente estaba Juan. 
Antes de entrar miré al cielo, las estrellas brillaban... respiré hondo la brisa del mar... miré al frente, una isla dibujaba su silueta, recortadas en la noche sus estilizadas palmeras... Abdú me hizo un gesto como preguntándome que qué hacía...
Nelson, Yojairo, Abdu y yo entramos en la chabola dispuestos a no sé qué, pero tanto Juan como los dos policías dormían plácidamente en sus hamacas. Yojairo se acercó al capitán y lo despertó sin que los guardianes se enterasen. Nos apresuramos para llegar a puerto y, cuando el motor rugió, respiré profundamente al vernos de nuevo navegando, libres. Gracias a Dios, sin haber tenido que hacer uso de "lo bravo".

Y en fin, que el mar nos volvió a zarandear, pero llegamos sanos y salvos a Puerto Obaldía, la frontera con Colombia, de allí a Capurganá, un maravilloso pueblecito rodeado de selva y como destino final, Turbo.

Ahora estoy en Medellín y mañana me voy para Bogotá donde, creo, pasaré la Nochevieja. Llevo 3 días solo en Colombia, pero la amabilidad de esta gente es como me habían avisado, desmesurada. Pero esta es la siguiente historia.
 
 
Lindos y lindas, os deseo felicidad total y brutal para este año que llega. Y más que vendrán.
Muchos besos a todos.

martes, 18 de diciembre de 2012

Y EL DRAMA LLEGÓ (Y SE FUE)

Ahora que ya puedo respirar con normalidad, ahora que los nuevos vientos de Panamá me han sosegado, ahora que la luz del sol brilla de nuevo y la veo... ahora ya puedo contar que en Costa Rica me robaron todo. Y todo es todo lo más importante... el ordenador, la cámara, el equipo de sonido que me trajo el gran señor LaOnda, un ebook, el móvil, el pasaporte y lo más doloroso (bueno, lo único realmente): el disco duro en el que  almacenaba todas las fotos, los vídeos y, tristemente, las entrevistas que había realizado ya para el viejo proyecto de siempre... todos los recuerdos desde Alaska hasta Costa Rica.
La culpa del robo, obviamente, fue mía. Viajaba en un bus dirección al parque nacional Tortuguero y, saltándome todas las reglas no escritas del viajero, coloqué mi bolsa (mi vida) en el portaequipajes, sobre mi cabeza. El bus, en teoría, no paraba hasta Cariari... en la práctica, se detuvo en mil sitios. Solo una de esas paradas bastó para que una bellísima persona (al cual le deseo que en su futura vida conozca todas las modalidades del sufrimiento) aprovechara que yo estuviera distraído para coger la bolsa y desaparecer. Podéis imaginar mi cara y mi corazón en el momento en el que llego a mi destino, me pongo de pie para bajarme e intento agarrar la mochila... a pesar de que mis ojos veían claramente que allí no había nada, mis manos se metían en el el portaequipajes, buscando en ese espacio vacío lo que ya no estaba ni iba a volver, removiendo el aire sin llegar a creer lo que claramente me advertía el fuego que comenzaba a quemarme por dentro. Fueron momentos críticos en los que cuesta asumir la evidencia de que te han jodido... y bien.
Un consejo: hay que hacer siempre caso a esa especie de alarma interna, a ese sutil sentido que nos advierte con pensamientos inverosímiles cuando aún estamos a tiempo y pensamos que son eso, inverosímiles. Juro que en estos casi 7 meses que llevo de viaje jamás había pensado en ser robado con tanta intensidad como cuando me monté en ese bus. De hecho, mientras avanzaba hacia Tortuguero, pensé que lo único importante que llevaba era el disco duro. Todo lo demás era cuestión de dinero, todo reemplazable. Pensé que debería de llevar siempre ese pequeño aparato en un bolsillo del pantalón, de la misma manera de la que no me separo nunca de la cartera con los dineritos y las tarjetas... pensé, solo pensé. Los asientos del bus eran de la medida centroamericana, es decir, estrechos, así que en el momento de decidir entre colocar la mochila en mis pies o subirla al portaequipajes, pesó más el miedo a estropear el ordenador, o la cámara... ese momento en el que  tomé la fatal decisión ha vuelto mil veces a mi memoria y los primeros días intentaba, seriamente lo digo, rebobinar.
También es cierto que después de haber cruzado países como México, Honduras o Nicaragua, en los que teóricamente casi te han de matar y en los que no me había pasado absolutamente nada, pues uno avanza más confiado. Pero está claro que Costa Rica no ha salido buena, al menos para mí. Ya debería de haber aprendido algo al comprobar de qué manera las casas en San José están fortificadas y valladas aparatosamente, sin dejar resquicio alguno para un posible ladrón. Esto da una idea del miedo general que se percibe en el ambiente. Y también da una idea de cómo es posible que un país en el que la gente gana de media 300 o 400 euros pueda resistir unos elevadísimos precios que rozan la locura, a la altura de Francia o Inglaterra. Cuando fui de nuevo a comprar unos candados en San José, el ferrretero, un tipo orondo y conversador, me explicó brevemente que la excelente campaña de marketing internacional que atrae a millones de turistas también funciona internamente... "aquí somos "pausados", quizá en otros lugares la gente se rebela, pero el gobierno nos ha hecho creer que este es el país en el que la gente es más feliz... ¡y nos lo hemos creído!
Aunque es fácil observar, y más si vienes desde México, que una de las muestras más evidentes de felicidad es la sonrisa nacional bruta, algo que no se compra ni se estudia, algo que se tiene o no se tiene. Es algo intangible que se descubre rápidamente por el porte de las personas, por el cariño que desprenden cuando se dirigen a otros, conocidos o no, por la música arrolladora de unas palabras que siempre acaban en una que abraza cariñosamente al otro... al otro, exactamente, porque esa sonrisa siempre actúa saludablemente sobre el que es su dueño, pero el que la agradece es el otro. Y viajando, cruzando países de esta manera, es cuestión de muy poco tiempo saber en qué terreno te encuentras. En estos países "sonrientes" que he cruzado las miserias son muchas, pero el brillo de los ojos de esa mirada directa, limpia y sin miedo siempre es el mismo. Y de esos, por ahora, Guatemala ocupa el podio. Y Costa Rica no es la segunda.
Sin embargo, el día de antes del día D, había conocido y entrevistado a Álvaro Muñoz, un arquitecto jubilado de 74 años, costarricense de San José. Esta maravilla de persona, entre otras muchas cosas interesantes, me dijo palabras que ya he hecho mías. Me comentó, al hilo de su propia vida, que las cosas suceden y, aunque nunca lleguemos a saber porqué ni cómo, estos cambios se convierten en beneficios, en nuevos caminos inesperados que uno debe de emprender.
Quizá todos hayáis perdido algo importante y sepáis de qué hablo, pero ahora, ya curado de esta gran herida, me doy cuenta de que todo lo que consideramos imprescindinble en la vida es cuestión de perderlo para darte cuenta de que era prescindible. Aceptar es el reto. Y yo, con esta minucia, creo haber aprendido algo más acerca de la vida, del "eterno camino de la pérdida", tal y como la definió otra gran persona que conocí en San Cristóbal de las Casas, Luis, jardinero y escultor de jade, 72 años, lúcido vocacional. La entrevista de la que me sentía más orgulloso, uno de los instantes más intensos de mi viaje. Lo siento también por él, le hubiera encantado verse enhebrado en todo esto.
Y como he aprendido algo y he evolucionado como persona en estos 6 días, al pedazo de cabrón que me robó ya no le deseo todo eso del sufrimiento y tal, ahora con que se muera ya es suficiente. Una muerte lenta, y dolorosa a poder ser, pero efectiva...
Y hablando de ladrones, paso a contaros la experiencia de intentar recuperar algo de lo robado en esos lugares prohibidos... y peligrosos.
Volví al lugar del crimen al día siguiente, después de haber pasado una noche en Tortuguero, el mejor lugar que he visitado de Costa Rica, un parque nacional enclavado en la selva costera del caribe al que solo se llega en avión o en barca. Así llegué yo, a lomos de una barca que se asemejaba a una flecha, larga y delgada, bajando velozmente las aguas rojas de un río en el que se reflejaba la muralla de selva que lo cercaba y en el que varios cocodrilos se soleaban en sus orillas sobre los árboles caidos por el paso del tiempo. Había decidido dejar pasar un día para darle tiempo a Julián (al ladrón le llamaremos Julián, mejor que insultar al pobrecico cada vez que lo mente) a ir a vender todo lo mío. Un guía me dijo el lugar al que debía de ir... le decían "donde El Pana", un nombrecito que ya prometía. Preguntando preguntando, y entre varias miradas de desconfianza más que amenazadoras, llegué al tugurio del Pana. Era una mole de 180 kilos que se asemejaba bastante a los elefantes marinos que vi en California. Estaba completamente protegido por unas rejas que lo separaban del mundo, incluso creo que del aire. Tras aquellas verjas en las que se hacinaban objetos robados de todas clases, todo era aceitoso y oscuro. Le pregunté si tenía algo que le hubiera aparecido en las últimas 24 horas, que pagaría lo que fuera por un disco duro... el Pana me miró... negro, le dije, y cuadrado (gesticulé con las manos, dibujé un cuadrado)... y creo que ni abrió la boca para decir que no... por un momento había creído en los milagros, pero gracias al puto Pana volví a la realidad del no creyente. Aún así, le dejé escrito mi mail por si aparecía algo... supongo que aún se debe de estar riendo... si puede.
Una mente lúcida, el teniente Delroy Martinez de Tortuguero, y el que por sí solo merece un capítulo aparte que no toca hoy, me dijo que probablemente Julián habría ido a vender todo lo mío a San José, ya que normalmente, según su experiencia, estos tipos no vendían donde solían trabajar, además de que en la capital pasaban más desapercibidos y el mercado era más grande. Y doy fe de que así era. El mercado negro en San José, corroborado por todos los policías a los que pregunté, gira en torno a una tienda de compra venta cuyo nombre no deja lugar a dudas acerca del origen de sus quehaceres: La Cueva. Y todo lo que hay a su alrededor funciona, tanto por disposición de las tiendas como por funcionamiento, a imagen y semejanza de un mercado tradicional, nada más que en este caso todo lo que se oferta ha sido robado. Fue muy curioso. Abundaban, como es lógico, ordenadores, cámaras de fotos, de vídeo, relojes, móviles, USB y todo tipo de aparatos que me hicieron pensar, por un momento, que todo aquello tuvo un dueño como yo al que un buen día otro Julián como el mío le había amargado. Me sentí acompañado en la desdicha. Conforme iba de tienda en tienda y las respuestas negativas se sucedían, ya vi que aquello iba a ser imposible. Además, aunque no parezca gringo, tampoco parezco costarricense (los ticos son más como el Fresa), así que todos los vendedores de Alí Babá me miraban pensando en su interior: "mira, otro turista idiota al que le han sacado la chucha en busca de un milagro".  Obviamente, los milagros no suceden, y menos con tan poco tiempo transcurrido.  Quizá todo lo mío emerja en esas tiendas dentro de 1 o 2 meses, aunque, como me dijo uno de los mercaderes, formateado y borrado todo rastro de los recuerdos de su dueño anterior.
Así que, tras recorrer La Cueva y alrededores y descubrir la cara oculta y sucia de la ya de por sí horrible ciudad de San José, me volví al hostel resuelto a salir de una vez de aquél país al que creo que no volveré nunca, a no ser que me llame Julián para decirme que se ha arrepentido... o para darle el tiro de gracia, cualquier opción es válida.
Y ahora estoy en Panamá City, por contraste una de las capitales de centroamérica más atractivas que he visitado. El casco viejo, donde nació la segunda ciudad una vez desalojaron el primer emplazamiento tras ser saqueada y quemada por el pirata galés Henry Morgan, se parece demasiado a lo mejor de la depravada y decadente Habana Vieja. Las imágenes son las mismas, los colores, hermanos. Y justo enfrente, coronando la bahía, una multitud de rascacielos avisan de la riqueza del país desde que se convirtió en uno de los primeros paraísos fiscales y, más recientemente, desde 1999, año en el que los americanos entregaron a Panamá el control del canal, de los cuantiosos peajes que se les cobra a los barcos por cruzar esa vía de agua de 80 kilómetros de longitud que ha hecho al mundo un poco más pequeño.
A esta ciudad se la conoce como la Miami del sur por varias similitudes, entre ellas la imagen que proyecta la ciudad y la de sus propios habitantes, encantados de pertenecer al "american way of life".
Tanto Costa Rica como Panamá son "sucursales" de USA, pero me da la impresión que el país de los ticos es utilizado como descanso y recreo mientras que en Panamá los gringos han venido a hacer dinero... a su manera.
Creo que esto es todo... estoy a la espera de que el señor LaOnda me confirme algo de la nueva cámara que me voy a comprar, ya que Panamá vende todos estos productos libre de impuestos y son algo más baratos que en los países que la rodean... al menos Julián tuvo este detalle.
Bueno, niños y niñas, un besazo bien gordo a todos, escribirme mucho y que sepáis que ya estoy vivo de nuevo... me espera Sudamérica, el Amazonas... emoción tengo ya por los adentros!

lunes, 10 de diciembre de 2012

COSTA RICA... PURO CUENTO


Hola lindos y lindas!!! Aquí estoy de nuevo y de nuevo agradezco a todos los que me escriben dándome besicos y demás... es una maravilla teneros, de verdad.
Vamos al cuento de hoy...
Esta es la imagen de Costa Rica, la rana de siete colores, un animal de cuento, tal y como se supone que debería de ser este país que tan bien sabe venderse al mercado internacional. El título del post, puro cuento, alude a la respuesta que te dan todos los "ticos" (así se llaman los habitantes de aquí) cuando les das las gracias por algo o cuando finalizan una conversación: "pura vida". Yo lo he cambiado por "puro cuento", ya que el país ofrece las mismas dos caras que la propia palabra cuento. En el aspecto positivo, una naturaleza deslumbrante, aunque no te ciegue; en el negativo, unos precios que dejan por baratísima a España y una falta de calor humano que yo, quizá condicionado por los abrazos de México y Guatemala y, en menor medida, en Nicaragua, he notado como si faltara algo en el aire. Básicamente, la sonrisa general que gobierna en otras tierras aquí se enfría.
La visita al país la comencé en San José, la capital, la ciudad más gris, sosa y sin sentido que he visto hasta ahora. Inmediatamente me fui hacia el Caribe, donde la época seca acababa de comenzar, teóricamente. Esta zona está habitada, como todo el Norte caribeño de Centroamérica, por un sin fin de mezclas entre humanos entre las que predominan los garífunas, una raza que surgió gracias a un naufragio. La historia, resumida, es esta: un barco negrero español naufraga frente a las costas de la isla de San Andrés en el Caribe. Los esclavos africanos matan a la tripulación española y huyen a la isla, se mezclan en todos los sentidos con los indios que allí vivían y nace algo nuevo. Años más tarde, los ingleses se adueñan de la isla y esa nueva raza parece ser que no se doblega tan fácilmente. Los ingleses, expeditivos, deciden deportarlos a todos a la isla hondureña de Roatán. Desde allí, poco a poco y en barcas, inician el éxodo que les llevará a ocupar toda la costa caribeña desde Belize hasta Costa Rica, mezclándose a su vez con los indígenas autóctonos, con los mestizos, con los descendientes de los esclavos jamaicanos, etc... Al final, la cosa es que vas al norte de estos países y te encuentras a negros con rastas fumando marihuana (o no) y con Bob Marley asomando por las pupilas de sus ojos... nada que ver con el centro o la costa pacífica, asimilada a la civilización y habitada por gentes que sienten que ese norte salvaje casi no pertenece a su país.
Sin embargo, el paisaje del Caribe salvaje azotando las playas desiertas solo habitadas por palmeras tiene su cosa...


La costa pacífica de Costa Rica tiene uno de los mayores tesoros del mundo según National Geographic. Estos señores dicen que la península de Osa, en la que está enclavado el parque nacional Corcovado, es el lugar con mayor biodiversidad del planeta. El 2,5 % de todos los animales del mundo viven allí. La lista es interminable, lo mismo que los datos: 300 especies de esto, 280 de lo otro, 3000 de lo de más allá... la verdad es que hay miles y miles de animales de los cuales solo ves una mínima parte, la suficiente para generarte la sensación de estar visitando el arca de Noe. Haciendo un recuento así por encima de toda mi visita al país puedo recordar estos: perros, cucarachas, loros de varias clases y colores, tucanes, águilas, hormigas, cangrejos, un ocelote, un armadillo, arañas, coatís, pizotes... y monos como los macacos escarlatas o estos de cara blanca...

 

... lo de los monos no tiene ningún secreto, es muy fácil verlos, supongo que por la cantidad que hay y por el poco miedo que le tienen al humano. Según un propio tico que conocí, la diferencia entre los costaricenses y sus vecinos nicaraguenses o panameños es que ya hace más de 30 años que cuando ellos ven a un animal no le disparan, mientras que en los países vecinos aún se les mata. Quizá esto explica que el 30 % del país esté protegido y que atravesando sus tierras puedas comprobar que la mayor parte todavía permanece virgen, libre de civilización y, aún más importante, de cultivos. Y es el pez que se muerde la cola, claro, ya que el nivel de vida adquirido en este país con los ingresos del turismo les permite no arrasar con plantaciones los terrenos que en otros países obligatoriamente tienen que utilizar para poder comer, aunque solo sea maíz.
Los monos son fáciles de ver, decía, pero la auténtica revelación de este país han sido las ranas, más de 180 especies que se esconden un poco más que sus colegas de los árboles. Hice una caminata nocturna con un guía que era como la biblia de las ranas y la enciclopedia de los demás animales... sabía y le gustaba... caminar por la noche en la selva es interesante, aparte de por la magia que encierra penetrar en esa oscuridad invadida por sonidos indescifrables, por el ejercicio de fe que supone en sí mismo, ya que en teoría hay demasiados animales que no interactúan muy bien con el hombre a esas horas en la que todos salen a devorarse mutuamente, todo en función del tamaño, de la astucia y de lo que la naturaleza haya puesto en sus manos (o garras). Lo cierto es que por la noche se sienten muchas cosas y también se ven. Esta es, por ejemplo, la rana toro... la mocica puede llegar a pesar 3 kilos y se puede comer una gallina...

Y esta es una prima de aquí de las lagartijas de allí....





Pero la fascinación extrema y las preguntas acerca de quién ha fabricado esto llegan con las increíbles presentaciones que ofrece la, hasta ese momento, anodina rana...




De esta me enamoré...


... y de esta...





En fin... 
Después estuve por el volcán Arenal, cuyo mayor atractivo es que calienta todas las aguas que fluyen por sus faldas convirtiendo la zona en una de las mejores de todo el país para bañarte en aguas termales... o en ríos termales. La experiencia de bañarte en un río de agua caliente rodeado de una vegetación que recuerda a Parque Jurásico también es algo que se quedará aquí dentro.
Además de esto, el parque ofrece unas breves caminatas en la que atraviesas varios ecosistemas, ves animales como el faisán salvaje y te acercas a árboles como esta ceiba...


Bueno, niños y niñas, por hoy ya está. Mañana me voy al parque nacional Tortuguero. Desde allí subiré por los canales que cruzan la selva hasta el río San Juan, la frontera natural entre Costa Rica y Nicaragua. Remontaré el río hasta el lago Nicaragua y allí visitaré la isla de Ometepé y Granada, la primera ciudad planificada y construída de toda América. El miércoles que viene tengo que estar de nuevo en San José porque ya tengo el billete para Panamá, algo que ha sido difícil de conseguir ya que por lo visto mucha gente viaja para allí en estas fechas. Así que ya escribiré un poco más la semana que viene. 

Ah, deciros también que a nuestro corto EL HIJO 10  le han dado otro premio. Esta vez ha sido en casa, en la Cerdanya, en el festival de Puigcerdá. La mención especial del jurado. Inaginaros cómo estamos de felices mi querido amigo Oscar (el hijoeputa no me escribe desde hace 3 meses) y uno mismo.
Muchas gracias por seguir leyendo y muchos besos para todos los que me escriben... no sabéis lo bien que sientan vuestras noticias, tan a gustito que estáis ahí, tirados en el sofá, calentitos, con la nevera llena, sin preocupaciones, sin miedo.
Ala, a cascala...






viernes, 23 de noviembre de 2012

LA AMÉRICA DEL FONDO

Hola niños y niñas... puesto que más de uno no deja de dar insistentemente por culo para que escriba, no me ha quedado más remedio que hacerlo, aunque no haya mucho que contar. Ahora mismo estoy en Managua, la capital de Nicaragua, y junto a Honduras son los dos países más pobres de Centroamérica. Y pobres significa pobres... México, comparado con esto, era el primer mundo. En Nicaragua viven 5,5 millones de habitantes y hoy, en la portada de un diario local, la noticia era que, según la FAO,  1,5 millones de niños "nicas" pasan hambre. Comienzo con esta información porque desde hace unos días es la cotidianidad más presente que estoy viviendo. En Honduras, pero principalmente en Nicaragua, la pobreza es tan extrema que resulta poco compatible con la visita turística. Se ve por todos lados y las escenas son desalentadoras. Cruzando estos países por carretera uno tiene la oportunidad de comprobar como se repite la misma escena miles de veces; gentes sentadas a las puertas de sus chabolas, en posición de derrota, sin nada que esperar. Cuando me preguntan por la situación en España, ya nunca menciono la palabra crisis.
La cooperación Internacional, de la que España es en esta zona uno de los principales impulsores, aparentemente no vale para una mierda. Cada vez hay más necesidad. Un ejemplo: cuando estuve en la isla de Utila, en Honduras, supe que el gobierno español había "donado" una desalinizadora para mejorar el complicado consumo de agua potable en la isla. Pues bien... la desalinizadora (que vale una millonada) estuvo retenida 5 años en la aduana de la propia Honduras por problemas de papeleo... una vez comenzó a funcionar... se estropeó... y ahora ahí está, muerta de risa, porque para repararla hay que comprar una pieza a China que vale 24.000 euros y el gobierno de Honduras no está por la labor. Así que el suministro de agua ha vuelto a las mismas manos privadas que ya antes sacaban tajada de la desatención del gobierno hondureño. En fin, que la onda, ahora, es esta. Miseria y miseria. Aunque en breve entro en Costa Rica y todo se me olvidará rápidamente.
A modo de recordatorio decir que después de Todos Santos Cuchumatán, me esperaba el resto de Guatemala y este país, hasta ahora, ha sido la gran sorpresa. La gente es simpática, acogedora y habladora como en ningún otro lugar. El 60% de sus 15 millones de habitantes son indígenas, lo que supone una riqueza visual brutal... al viajar por esta tierra es fácil imaginar lo que debía de ser esto antes de la "conquista".
Visité, además del volcán Tajumulco, Quetzaltenango y Chichicastenango. Quetzaltenango me sorprendió gratamente... una ciudad pequeña que funciona como un centro de Erasmus para toda la "gringada" que viene a aprender español, y en la que, además de practicar con la lengua, se puede hartar de todo lo que quiera a un módico precio.
Chichicastenango es famoso por su mercado semanal, al que acuden los indígenas de todas las aldeas circundantes a intentar vender lo poco que tienen. Hablé con un viejecito cuya mercancía eran dos hatillos de leña... los había trasportado él mismo, andando las 4 horas que separaban su aldea del mercado... me dijo que la leña siempre se vendía...
Esta es la imagen típica del mercado al expandirse por las escalinatas de la iglesia...






Después llegó el lago de Atitlán, otra de esas maravillas con una magia especial en las que es fácil dejar pasar los días sin darte cuenta... el paisaje que lo rodea, una muralla de volcanes, es impactante y los pueblecitos que se suceden en sus orillas son como micromundos interconectados entre sí solamente por las lanchas que cruzan el lago trayendo y llevando almas de un lugar a otro, o por los cayucos que intentan pescar a su propio ritmo la comida del mañana...





Esto es Santiago de la Laguna...


... con el volcán Atitlán (3530 m.) a sus espaldas. Aquí conocí a Nicolás, un chaval de 21 años con ínfulas de inventor que se quejaba, y con razón, de que al no poder estudiar no podía avanzar en el desarrollo de sus ideas, algunas ya materializadas en inicios de proyectos... Nicolás supo por primera vez en su vida que en nuestros países ricos había gente que tenía dinero y no era feliz. No lo entendía.
Y después llegó Antigua, la antigua capital de Guatemala abandonada tras ser destruida en repetidas ocasiones por los comunes terremotos que sacuden esta zona. En esta tierra, los volcanes y los terremotos van de la mano, aunque si éstos son imperceptibles hasta que la tierra comienza a temblar, aquéllos no dejan a nadie indiferente con su silueta, recordando constantemente que, aunque ahora estén en periodo de tregua, siempre pueden abrir sus puertas de fuego. A pesar de todo, la gente, obviamente, vive y juega bajo el volcán...





En Antigua me despedí de Guatemala para entrar en Honduras, un país generalmente desconocido, solo reconocido por las ruinas mayas de Copán y las islas de la Bahía, el lugar más barato del mundo para hacer un curso de buceo en la barrera de coral del caribe. Y eso fue lo que hice. En Copán, a diferencia de otras ruinas que visité en Guatemala o México en las que el deterioro y el tiempo han hecho su trabajo, todavía se pueden ver los restos de una escultura desconocida...





... aparte de que, al estar rodeadas de selva, todo se enriquece con nuevos sonidos y compañeros inesperados...





Y de Copán me fui a Utila. Bucear en una barrera de coral es algo que nunca llega a agotar tu capacidad de asombro... ya no por las mil clases de peces increíbles, sino por el propio coral en sí, bosques sumergidos de extrañas formas que me recordaban a los decorados de las películas de Tim Burton...
Ahora ya soy Open Water, puedo bajar hasta 18 metros de profundidad y ya sé que no hay que tocar a los peces. En la isla tuve la suerte de coincidir con un grupo hermoso y hacer todos juntos el curso. Tres chicas españolas por un lado, un argentino por otro, un uruguayo por otro, un español por otro y yo por este lado. La cosa es que una vez acabado el curso, casi todos agarramos un catarro que a mi me ha tenido 3 días en la camita con las fuerzas justas para levantarme... pero me he sentido muy cuidado. Las 3 chicas, Cristina, Eva y Ana, eran unos soles, además de enfermeras del ICO, por lo que ha sido una suerte que estuviera malito justo cuando ellas, y los otros, estaban a mi lado. Me ha vuelto a sorprender, y creo que nunca me acostumbraré, la dedicación y el amor que ya percibí en ese hospital y que, más que a un trabajo, responde a una forma de ser, abnegada y altruista... a la bondad. Además, el permanecer diariamente en contacto con la muerte les hace ver algo que pasa desapercibido para los demás... de todo esto hablamos esos días, y de como ese día a día tan duro les proporcionaba una energía extra para saber vivir algo mejor... de hecho, las tres chicas estaban viviendo... conscientemente.

Y bueno, ahora ya casi que lo voy dejando porque se hace de noche y no veo nada. La siguiente será desde Costa Rica...
Muchos besos, lindos y lindas...




miércoles, 7 de noviembre de 2012

NO ESTOY DE MORIR...

Pues sí, un terremoto ha sacudido esta tierra y por lo que parece ser ha sido bastante gordo. Por ahora dicen que hay 39 muertos y varias decenas de desaparecidos. Cifras. Cuando he llegado al hotel, el dueño me ha dicho que en sus 55 años nunca había sentido ninguno tan fuerte, y eso que por estas tierras de volcanes suele ser bastante habitual.
La cuestión es que donde más se ha notado en Guatemala es en la zona de Quetzaltenango, de donde acabo de llegar y, más concretamente, en San Marcos, justo el pueblo que hay bajo las faldas del volcán Tajumulco, el mismo que ascendí hace tres días.
Dicen que cuando va a haber un temblor, la tierra avisa con antelación. Y cierto es que cuando estábamos a 300 metros de hacer cima, tumbados en el suelo admirando el impresionante paisaje, nuestro guía nos preguntó que si no habíamos sentido moverse la tierra. Mis compañeros de caminata, un canadiense y una suiza, ni se enteraron, como yo. Pero parece ser que era en serio.
Y bueno, en el justo momento en el que todo temblaba, yo estaba aquí...


... sobre el techo de un barco cruzando el lago Atitlán, hablando de la entera vida con un padre y un hijo de Mississipi que andaban viajando juntos... qué maravilla!
Cuando hemos llegado a Santiago de la Laguna nos hemos enterado de lo sucedido.
Muchas gracias a todos los que me han escrito para interesarse... pero tenéis que saber que me estoy alojando en San Pedro y aquí...


... estamos protegidos.
Un beso gordo, niños y niñas.

sábado, 3 de noviembre de 2012

DÍA DE MUERTOS... GRAN DÍA



Cuando estaba con Guillem en México, más concretamente en Guanajuato, salimos una noche con varios amigos mexicanos que habíamos conocido en el hostel donde nos hospedábamos. A las 2 de la madrugada de aquella velada de diversión, Guillem y yo ya no dábamos más crédito ante lo que para ellos suponía divertirse y para nosotros representaba un acercamiento directo al surrealismo. Buñuel y Dalí orquestaron en 1929 el cortometraje “Un perro andaluz”, traspasando con esta obra todos los límites de la realidad. Esa noche en Guanajuato, en un momento que tuvimos los dos de intimidad, surgió espontáneamente la idea de que estábamos viviendo personalmente “Un perro Andaluz 2”, dada la falta de lógica a nuestro parecer de todo lo que veíamos.
Pues bien, todo este rollo es para decir que mi experiencia del día de Muertos en Todos Santos Cuchumatán bien podría titularse “Un perro andaluz 8”.
Tras cruzar la frontera de Guatemala de nuevo, esta vez por La Mesilla, llegué a Huehuetenango, donde hice noche para salir al día siguiente hacia mi destino. Un destino, según Miguel, un  tipo cojonudo de San Cristóbal de las Casas que me invitó a comer a su casa y que era amigo de Marco, otro tipo cojonudo que conocí en Playa del Carmen, un destino, digo, que según Miguel, guía turístico, quizá era el mejor lugar de toda Mesoamérica para asistir a la celebración del día de Muertos. Así que, obviamente, le hice caso… gracias a Dios.
Todos Santos Cuchumatán aparece de repente, tras pasar un puerto de 3300 m., apresado entre montañas de exuberante vegetación y abrazado por lo que parece ser una eterna niebla. Está situado a 2500 m. de altitud y fue el último pueblo de Guatemala en entrar en contacto con los evangelizadores españoles, dada su inaccesibilidad y su lejanía. Como todos los otros pueblos ya colonizados habían acaparado por completo el santoral, ya no quedaba ningún nombre de santo sin usar, así que lo nombraron con el de todos, es decir, Todos Santos. Y lo primero, lo más llamativo, es comprobar como sus habitantes, descendientes mayas de la etnia mam, van siempre uniformados con la misma vestimenta, pantalones y camisa de coloridas rayas y un sombrero adornado con una gruesa franja del mismo color rojizo.
El pueblo es poco más que la plaza y algunas calles, así que todos convergíamos inevitablemente en la plaza, los mam y los pocos turistas que nos habíamos avanzado dos días a la celebración. Sin embargo, estaba por allí el señor Calleja…






… grabando el nuevo programa que mezcla viajes y pruebas realityshoweras que próximamente todos veremos en la tele. Obviamente me acerqué a él y a su hermano para hacerme autopromoción, y muy amablemente me derivaron a la directora del programa, una chica buena onda que me atendió, creo yo, con interés.
Pero el pescado se empezaba ya a cocer por otros lugares; por cualquier esquina del pueblo comenzaban a sonar las marimbas, el instrumento nacional guatemalteco que emite un sonido hipnotizador y adictivo, doy fe de ello tras pasar cuatro días con este permanente hilo musical…





Todo olía ya a fiesta, aunque no imaginaba lo que estaba por llegar. La plaza era un hervidero y me sorprendió ver que habían colocado varias telas que actuaban como falsos paisajes de fondo para que la gente pudiera hacerse una fotografía aparentando estar en otros lugares de ensueño: una pradera llena de vegetación con un caballo en primer término, un lago de agua turquesa que desagua una maravillosa cascada y… y una estampa típica de Nueva York, en la que emergen, entre otros, el Empire State Building y el Chrysler Buiding, con una gran bandera de USA y un avión de la ¿British? que parece representar el sutil pero evidente deseo de gran parte de este pueblo de emigrar hacia el Dorado. 
Decidí bajar al cementerio para conocer, vacío y en silencio, el lugar que tres días más tarde iba a ser invadido por todo el pueblo para celebrar esta increíble fiesta. Allí, en la entrada, conocí a Antolín, un tipo que sin yo saberlo se iba a convetir en una pieza fundamental y omnipresente durante mi estancia en su pueblo. Me invitó a acompañarle a la tumba de sus padres y, casi obligado, me senté encima de su madre y él de su padre. Acto seguido sacó una botella de quetzalteca, un aguardiente de maíz también omnipresente, y allí brindamos por ellos, explicándome lo que para los mam significa la muerte, tan diferente a nuestra concepción. Después lloró un rato, principalmente por su madre, y tras la catarsis volvimos a echarnos unos tragos. Sin embargo, más sorprendente que esto fue la imagen increíble que ofrecía en su conjunto el cementerio, difícil de trnsmitir en foto...



... por decirlo de alguna manera, era, como el sonido de la marimba, coloridamente hipnotizador..



... y ví cosas sorprendentes como estas...



... tumbas pintadas con la bandera de USA, explicando que el yacente había muerto intentando conseguir la riqueza en el Norte y, según me dijeron, de una de las dos maneras más comunes: o intentando llegar o, habiendo conseguido el sueño, por las peleas que se generan entre ellos cuando se dan al "trago".
Puedo decir que lo entendí más tarde, ya que los mam idolatran a los USA. Esta gente hablan en mam y muchos de los jóvenes, no digamos los adultos, casi no saben hablar español. Sin embargo, aprovechan cualquier oportunidad para acercarse a ti y decirte, orgullosamente, algunas palabras en inglés, a pesar de saber mi origen. Descubrí que en ese pueblo había un enorme deseo de demostrar que habían estado en USA o, que al menos, lo querían conseguir. Antolín, por ejemplo, quien ya lo había conseguido hace 19 años, decía que era de Michigan y se empeñaba en hablarme en inglés, aunque yo no le dejaba.
En la puerta del cementerio tenía un puesto de venta de flores y candelas la madre de Alfredo y Alejandro... aquí aparecen los tres junto a su otro hermanito...



... el padre no aparece porque no está. Me pidieron que les hiciera esta foto porque no tienen ninguna de la familia. Desde hace cinco años, el padre vive en Oakland, al lado de San Francisco, y parece ser que no envía el suficiente dinero. Tanto Alfredo, a la izquierda, como Alejandro, a la derecha, son dos candidatos a acabar dentro de unos meses en esos féretros escandalosos que ahora mismo tienen a unos metros de distancia. Ambos han decidido ya intentar colarse en Estados Unidos, sabiendo lo que se juegan. Ambos eran increíblemente amables y educados, estuvimos como 2 horas conversando y la conclusión que saqué, confirmada posteriormente por su madre, era que si se quedaban en Todos Santos no tenían dinero para seguir estudiando, y si se iban y conseguían cruzar, no podrían estudiar pero ganarían dinero. Su madre me dijo que tenía mucho miedo de lo que les podía pasar y, con la contradicción en sus ojos, se decía a ella misma que si no era así no había dinero para estudiar ni para nada y el futuro que les esperaba era azul oscuro casi negro. Toda la familia vivía de este puestecito de flores. Estas dos almas cándidas de 18 y 20 años estarán dentro de unos meses atravesando todo México, dos niños completamente inocentes que se jugarán la vida para intentar acabar con la necesidad, la lacra de toda esta tierra.


Tras esta larga visita al cementerio, subí de nuevo al pueblo y conocí a Paolo, un tipo de Milán que miraba de la misma manera que yo y con el que he compartido unos días inolvidables. Solo decir que lo conocí porque me invitó a los 10 céntimos de euro que valía entrar a mear a los únicos lavabos del pueblo, que ya os podéis imaginar cómo estaban.
Por la noche nos fuimos colando en todos los lugares donde la marimba avisaba de que allí sucedía algo. Y lo que sucedía era que el pueblo entero estaba empezando a ponerse borracho para no dejar ese estado durante los tres próximos días. Al son de la marimba bailaban también los jinetes que a la mañana siguiente iban a participar en la carrera de caballos que ha dado fama al lugar. Antolín, que estaba con nosotros, conocía al tipo en cuyos terrenos estaban durmiendo los caballos que a la mañana siguiente iban a ser también los protagonistas. Así que nos invitó a verlos y allí, cociditos de quetzalteca y enfrentados en silencio a un ejército de caballos, "el perro andaluz" ya iba por el 5. Descubrí, entre otras cosas, que los caballos duermen de pie y que solo tocan el suelo cuando caen o cuando mueren. Importante.

Al día siguiente, la carrera de caballos me mostró el lado más real de esta fiesta. Todo en su conjunto es macabro, excéntrico, mágico y, ante todo, un ritual de comunión. Quizá he necesitado los tres días para llegar a entender un poco el sentido de esta increíble celebración. La carrera de caballos, más que carrera, es una carrera de fondo, nadie ha de llegar el primero, solamente se trata de sentir el placer de cabalgar, exaltado por la ingente cantidad de alcohol que llevan en el cuerpo. Estos jinetes se han pasado toda la noche bailando al ritmo de la marimba y bebiendo con frenesí, completamente entregados al placer de emborracharse y danzando un baile cautivador y repetitivo, hermanándose en rituales silenciosos ya que, entre otras cosas, son incapaces de pronunciar dos palabras seguidas…
Estos jinetes que no han dormido en toda la noche son los que a las 8 de la mañana comienzan a cabalgar un tramo de unos 200 metros aprox. de lado a lado, sin más objetivo que agotarse y agotar a los caballos, auscultados por todo el pueblo que se hacina tras las rudimentarias vallas para contemplar cómo, inevitablemente, los jinetes van cayendo de los caballos a causa del cansancio y, principalmente, de la borrachera… cada año hay muerto o muertos, en plural, pero lo sorprendente es que en el pueblo se espera que al menos un jinete fallezca pisoteado por los caballos, ya que ese año la cosecha de maíz mejora notablemente… esto es el espectáculo en sí, repetido mil veces...





Como es de imaginar, desde  las 8 de la mañana hasta las 12, cabalgando sin descanso, son pocos los que no dan con el cuerpo a tierra. Cada vez que eso pasa, un griterío extraño se apodera de los espectadores en el que es difícil de descifrar la parte que corresponde al temor y la que pertenece a la alegría…

Este jinete consiguió salir relativamente ileso de una caída... fijaros en los tres gringos que le aplauden, eran los únicos que se atrevían, junto a nosotros, de permanecer por las calles más tarde de las 10, la hora a partir de la cual se suponía que se corría serio peligro si estabas cerca de una marimba...





Tras 2 horas de descanso vuelven a cabalgar, pero ahora ya los jinetes vienen más frescos, aunque igualmente borrachos, y la carrera se ameniza con la incorporación de un gallo al que un jinete agarra por el pescuezo mientras cabalga velozmente. Cuando el gallo, estrangulado y exhibido arriba y abajo, ha muerto, entra otro de repuesto y, acompañado de gritos de júbilo, el gallo comienza de nuevo a cabalgar por primera y última vez en su vida, con una fuerte mano apresando su largo cuello, aleteando las alas en un intento de escapar de no sabe qué… de no sabe dónde…
Una vez acabada la carrera a las 5, ahora ya sí que llega el momento de entregarse a la bebida. Las marimbas suenan por todas partes, rodeadas siempre de hombres mam en pleno proceso de descomposición mientras que las mujeres los contemplan desde las orillas de las calles, apiñadas, sentadas en el suelo, observándolos con un rostro hierático en el que también es difícil de descifrar cuánto comparten gustosamente de la tradición o cuánto la deploran. Este es el aspecto que presenta todo, absolutamente todo el pueblo...


...las calles se van llenando poco a poco de hombres tirados por el suelo, ensangrentados a veces por el impacto de la caída, a los que nadie recoge, a los que todo el mundo mira, incluidos los turistas, con la más pura normalidad… las cantinas improvisadas se llenan de los que todavía aguantan en pie, danzando un baile imposible, lento a veces, espasmódico otras, para llegar al último deporte practicado en esta festividad: darse puñetazos o, en algún caso, botellazos. En todos los lugares en los que hay música siempre hay peleas rápidas, como escaramuzas, en las que varias personas se dan unos cuantos golpes, pero el hecho de que todos vayan tan bebidos convierte este espectáculo agresivo en algo relativamente cómico. Y cuando la cosa ya se pone seria y se van a la botella, siempre saltan algunos a separar a los contendientes los cuales, tras unas miradas de escueto rencor, continúan bailando y bebiendo, intentando no pisar a todos los cuerpos que yacen completamente vencidos, en posiciones que recuerdan a muñecos articulados. Creo interpretar estas peleas como una parte más del ritual, de la violencia intrínseca de esta celebración en la que la hipotética alegría de una fiesta no se percibe por ningún lado. Más bien, una frialdad, una seriedad, una sobriedad, empaña todo el ambiente de la misma manera que la niebla se apodera del pueblo.
Y al día siguiente se celebra propiamente la fiesta en el cementerio. Esta es la misa...



 ... tras ella, cuando nosotros ya nos íbamos, comenzaban a llegar al cementerio las marimbas para pasar todo el día bailando y bebiendo, acompañando a los muertos en un ritual que se viene celebrando desde hace siglos. Aquí se venera a la muerte porque, principalmente, el muerto ya ha dejado de sufrir.
A las puertas del cementerio, calentaban motores...


Estos fueron los últimos momentos en Todos Santos, esta la música que seguía sonando en mi cabeza cuando ya me alejaba de aquel indescriptible lugar. Rememorando las imágenes, las fotos mentales, como decía Paolo, que presencié esos días, se me hace difícil entender el sentido, el significado de esa tragedia organizada y meditada, de esa entrega confiada a la perdición, a la locura colectiva. Y solo puedo pensar en lo que debe de ser la vida de estas personas, gentes sin ningún tipo de esperanza, cuyo único lazo a la vida es la dimensión de la milpa en la que cultivan el maíz, su único dios real… personas que esperan todo el año que lleguen estos días para escapar de la dura realidad diaria, y quizá, solo quizá, la desenfrenada entrega a esta locura responda proporcionalmente a la insistente crueldad con la que la vida siempre los ha tratado y seguirá tratando.

Seguramente esta mirada....


... mantendrá, a pesar del color, la misma tristeza a lo largo de toda su vida, convirtiéndose en algo así...


Solo puedo decir que estos días en Todos Santos han supuesto una experiencia increíble, por lo inesperado, y en la que, a pesar de todos los pesares, he sido recibido con una amabilidad que en muy pocos lugares había percibido jamás. Además he conocido a gente maravillosa, auténticos navegantes.
Ahora estoy en Quetzaltenango y mañana me voy a subir el Tajumulco, un volcán de 4200 m. que es el punto más alto de toda Centroamérica. Voy con un grupo de cinco personas en una caminata de dos días, haciendo noche a 3800 m. El transporte, el guía, la comida y toda la infraestructura cuesta 40 euros. Esto es Guatemala. Esto está saliendo bueno...
Un beso muy grande y hasta la próxima.