Pues sí, algo parecido al arco iris, así ha sido este
maravilloso viaje a ese mundo perdido en las alturas, oculto entre una nube
casi perpetua. Una de las grandes experiencias de este viaje y
uno de los paisajes más extraños que he visto jamás.
Cuando llegué a Venezuela pocas cosas tenía claras acerca de
lo que iba a visitar… una segura era los Llanos, un lugar en el que era posible
contemplar de cerca a mis adoradas anacondas, y otra plaza que no debía perderme era el salto del Angel, la
cascada más alta del mundo, un chorro de agua que se desploma 1 kilómetro desde
la cima del Auyantepui y que quizá sea la estampa más famosa del país. Sin
embargo, conforme me acercaba, eran varias las señales que me decían que no era
el momento de visitarla. Lo primero y más importante es que estamos en la
época seca y ahora la catarata se podía reducir, se corría ese riesgo, a un
fino hilo de agua. Lo segundo es que Roraima fue apareciendo poco a poco en mi
cabeza, cobrando fuerza lentamente a través de lecturas y conversaciones con
otros viajeros, hasta que finalmente desbancó al salto del Angel. Por
cuestiones de tiempo y dinero no podía (o no quería) visitar los dos lugares,
así que finalmente me decidí por hacer el trekking de 6 días a esta extraña
montaña en lugar de emplear el mismo dinero y la mitad de tiempo en viajar en
avión, y después en barca, para llegar a ese lugar soñado en el que hacerme la famosa
foto para regresar después sin haber sudado una gota. Y aquí, en el Roraima,
puedo decir que he sudado la gota gorda. Ha sido bastante más duro de lo que
esperaba. Pero la dureza de la subida, 1000 metros verticales desde el campo
base, bien ha valido la pena...
A la derecha de la foto aparece el Roraima, a la izquierda, el Kukenan, el tepui vecino al que no es posible subir. Todo lo que aparece detrás mío es la gran sabana, un paisaje espectacularmente monótono de praderas, colinas y ríos perfectos... aquí se rodaron varias escenas de Parque Jurásico, aunque es en la cima del tepui donde esperaba la auténtica maravilla...
También ha sido interesante compartir la excursión durante 6 días con varias personas que, por diferentes motivos, se encontraban recorriendo esta parte del mundo. Esta es la foto en la que aparecemos todos los turistas junto al guía y los porteadores...
En la fila de arriba, en los extremos, Francisco y David, padre e hijo venezolanos bien afincados y con muy buena onda. A mi lado, Stephano y Jasmine, una pareja italiana, de Trieste, con los que realmente estreché lazos de amistad... la prueba de estos lazos siempre es el momento de la despedida, ese instante en el que sientes que después de haber compartido un tiempo ensamblados, algo se rompe dentro de tí al decir adiós, al despedirte sabiendo que lo más seguro es que jamás vuelvas a ver a esa persona... y cuando es recíproco lo percibes con demasiada claridad porque los ojos nunca engañan... aunque quieran. A la izquierda de Jasmine está Sasa, una eslovena de Bratislava tan seria y formal como corresponde al espíritu frío y agarrotado de aquellas tierras. Y abajo, entre tantas caras indígenas, propiamente pemones, aparece San Mi, una surcoreana con una permanente sonrisa y ese carácter propio de las personas que desean con todo su corazón que el mundo cambie. Sin embargo, la pobre era un manojo de nervios, incapaz de permanecer más de 2 segundos quieta en el mismo lugar... solo decir que por las mañanas se levantaba para hacer yoga y el primer día regresó a la tienda con las rodillas solladas, con la sangre que le chorreaba hasta los tobillos. Ni qué decir tiene que, a excepción de Román, el guía que aparece de azul justo debajo mío, del resto de los porteadores nunca supimos el nombre, tanto por nuestro propio desinterés como por el suyo.
Y como esta foto la tomamos al descender, aquí falta el personaje más especial del grupo. Era un alemán de nombre impronunciable que prefería que le llamáramos Indi. Después de haber estado viviendo en Venezuela durante 17 años, había adoptado todas las costumbres y la vestimenta típica de la tierra de vaqueros en la que había trabajado para el gobierno en labores de enseñanza de técnicas de agricultura. Ahora mismo vivía, muy a su pesar, en Alemania, donde estaba trabajando para ganar el suficiente dinero con el que comprarse una finca en su país de adopción y retirarse definitivamente de la circulación. Por eso estaba de vacaciones en Venezuela, para enseñarle a la bendita de su novia el lugar en el que, si la relación continuaba, iba a acabar viviendo junto a él. Su novia, Angela, era de esas personas que lo explicaban todo con su cara sin la necesidad de hablar.. podías claramente intuir su pasado y vislumbrar su futuro. Angela era un trozo de queso blanco e inmaculado, de una sola pieza, una mujer enamorada de Indi, el típico queso de Gruyere atravesado enteramente por betas y agujeros que la vida le había ido excavando. Y no sé porqué pero con esta clase de personas heridas que navegan por el mundo pero que a la vez son incapaces de disimular su bondad aunque lo quieran, con estas perrsonas... siempre conecto.
Hacía justamente diez minutos que nos conocíamos, mientras esperábamos a que llegaran los coches que nos iban a llevar hacia la gran sabana, cuando ya habíamos hablado de casi todo lo que merece la pena hablar. Así que el buen hombre me eligió para que le comprara, sin que Angela se enterara, una botella de ron con la que combatir el frío que nos esperaba en las alturas del Roraima. Su mirada de súplica era un resumen vital, así que obviamente acepté encantado el encargo con una sonrisa cómplice. Antes de embarcarnos en las dos horas de viaje que nos esperaban cruzando unos paisajes de ensueño, paramos en una licorería a comprar lo necesario, a juicio de cada cuál.
El juicio fue el siguiente:
Indi, para demostrar la, quizá, exigida docilidad por Angela, compró agua y chocolatinas mientras no dejaba de mirarme de reojo relamiéndose internamente al ver que yo compraba, dejándome llevar por mi propio juicio, la botella más grande de ron que vendían en la tienda... había decidido en ese momento unirme en las solitarias noches que nos esperaban a ese espléndido ritual que tantas almas ha unido a lo largo de los tiempos. Y tanto Indi como Stephano, dejándome guiar por mi intuición cada vez más utilizada, apuntaban muy alto. No me equivoqué.
Stephano, con una relación más consolidada y, sobre todo, más sincera, se compró a título personal la misma botella de ron mientras Jasmine mostraba esa perspicaz mirada de las mujeres seguras de saber que su hombre practica solamente lo permitido, lo que marcan sus propias reglas.
Sasa, la sosa, compró lo que le correspondía, todo alejado del pecado.
Francisco y David, conformando una de esas parejas envidiadas y cómplices tan raras de ver que unen a padre e hijo, se compraron su correspondiente ración de calor embotellado.
Y Sam Mi, la gran sorpresa, decidió que una sola botella no era suficiente, así que añadió a la de ron otra de ponche crema que, en días posteriores, tuvimos ocasión de comprobar que resultaba imbebible.
Así que todos contentos nos fuimos para allá dentro... la primera jornada, solamente 4 horas de caminata, ya dejó claro lo que se intuía a primera vista... casi todos habíamos practicado deporte en nuestra vida con cierta asiduidad... excepto Indi. A su lado derecho, bandolera en ristre, iba calmando la sed con un par de botellas en las que, en teoría, trasportaba bebidas energéticas, pero que, en realidad, resultaban ser un camuflaje perfecto para el ron que él ya llevaba de antemano escondido en su mochila. La explicación que le pedí por haberme hecho comprar otra botella fue que, viéndome, pensó que yo también tomaría y que con lo que él llevaba no había suficiente. En fin, una buena persona. El problema era que, entre trago y trago, al pobre el cuerpo le pedía fumar un cigarrillo tras otro, así que su ritmo era un tanto especial. Eso sí, la bendita Angela siempre a su lado, allá atrás.
La primera noche fue de comunión y todos nos dimos a conocer sin reservas a excepción de Sasa, quizá porque su aburrido silencio lo decía todo. Esa noche, bajo un cielo encendido por los millones de estrellas que nos alumbraban en medio de aquel desierto verde, Stephano, con su rotundo aunque entendible italiano, Indi, con su precario pero certero español y yo, con mi castellano "arronado", nos hicimos amigos. Cierto es que, más que con las palabras, nos entendíamos con las miradas.
Al día siguiente la caminata se presentaba aún más dura. Eran 6 horas de subida hasta el campamento base, situado bajo los casi mil metros de pared vertical que nos separaban de ese otro mundo colgado allá arriba. Indi colapsó en la primera hora de marcha. Me lo dijo el guía cuando me alcanzó mientras descansaba contemplando a mis pies la verde sabana. Uno de los porteadores acompañó a la pareja de vuelta y, en teoría, le iban a devolver el dinero. No me pude despedir de él ni guardar ningún tipo de contacto. Dios lo guarde en la gloria.
En días posteriores, cuando la confianza comienza a emerger y las lenguas cobran vida propia, fueron varias las voces que lo criticaron por su inconsciencia e irresponsabilidad, incluso llovieron acusaciones de alcoholismo, tabaquismo, voyeurismo y cualquier tipo de ismo que lo despeñara en el precipicio...
Yo, que he tenido un bar, puedo asegurar que Indi no tenía, actualmente, ningún problema. Solamente que era alemán y eso, con un alma libre, es incompatible. En este viaje he conocido a muchos que quieren borrarse y por lo visto cuesta mucho trabajo.
Así que el alemán de sombrero vaquero desapareció de la aventura dejando, para algunos, un hilo de misterio acerca de sus motivos. Pero quedaba Stephano. Y quedaba la gran maravilla que nos rodeaba a diario.
Dejando esta historia donde está, en "misadentros", no hemos de olvidar que Venezuela es esto...
... Chávez omnipresente y omnipotente, incluso ahora que está con un pie aquí y otro... en Cuba.Y el pueblo, o buena parte de él, responde así...
No voy a hablar aquí de pseudopolítica, ni a criticar lo que por estos días estoy leyendo que también sucede (y siempre ha sucedido) en España, con todas las cositas que se están destapando de todos nuestros queridos políticos, pero he comprobado que una cosa es lo que, en esta clase de países, una persona está obligada a decir y otra lo que piensa. Lo más loco de este país es lo que sucede con el dinero.
La cosa, resumida y con las limitaciones impuestas por mis nulos conocimentos económicos, es que hace diez años más o menos, cuando las
expropiaciones de Chávez comenzaban a "confiscar" todas las empresas que funcionaban y que, consecuentemente, generaban las primeras fugas de capital de los
ricos que temían por sus intereses, el señor Chávez prohibió la compra de dólares (con un máximo de 3000) para evitar la evasión
del dinero de la clase alta venezolana. Así, el que quería comprar dólares, una manera segura de mantener intactos los ahorros,
tenía que recurrir al mercado negro, donde se conseguían mucho más caros, pero se conseguían. El bolívar fuerte, como se llama la moneda nacional, se
mantiene artificialmente a un cambio alto respecto al dólar (para evitar
precisamente su compra), mientras que en el mercado negro, ávido de dólares, el
cambio es cuatro veces superior. Esto significa que si llegas a Venezuela con
dólares y los cambias por bolívares en el mercado negro, una comida normal te
costará unos 5 euros mientras que si la pagas con el cambio oficial o con la
tarjeta de crédito, te costará 25 euros.
Como ya me habían avisado antes de entrar en Venezuela, en la frontera colombiana de Maicao, ese gran
centro de contrabando de armas y de gasolina barata venezolana, me pertreché de
suficientes pesos colombianos para cambiarlos por bolívares. A mi llegada a Mérida, encajada en un angosto valle andino
con unos impresionantes picos dentados, pude poner en práctica esta teoría, no
sin dejar de sorprenderme por la ilógica de la vaina. El tour que contraté para
recorrer los Llanos, una inmensa llanura llena de vida salvaje que ocupa el 40
% del territorio, me pedían 2100 bolívares. Si lo pagaba con la tarjeta o con
dinero extraído de un cajero, suponía que el tour de 4 días me costaba unos 400
euros, pero si lo pagaba en metálico con dinero al tipo de cambio del mercado
negro, me costaba 120 euros. De cualquier forma, sabiendo de la locura propia
del sistema, las agencias han ideado un tercer método para evitar que el
turista tenga que ir cargado de dinero. Muchas tienen una cuenta en Suiza donde
depositas la cantidad al cambio del mercado negro más un poquito y asunto
arreglado. Así que yo llamé a mi gran madre y al día siguiente la pobre mujer
fue a realizar el primer ingreso de su vida en una cuenta suiza. Por lo visto, le metieron el miedo en el cuerpo acusándola de evasión de capital, pero ella, rebelde con causa, se saltó la ley para complacer a su hijo. Gracias, madre. Gracias a ti he podido ver a mi primera anaconda salvaje. Y esto es lo que le pasó a Liam, un confiado inglés que no comprendió que a ese bicho de casi 3 metros no le gustan las caricias...
Las risas, más que de alegría, son de angustia.... después el animal se alejó tranquilamente, supongo que todavía preguntándose de dónde coño había salido tanto gilipollas. En los Llanos es el lugar en el que, hasta ahora, más animales salvajes salvajísimos he visto en toda mi vida. Esto son capibaras, una especie de rata gigante, se ven a cientos...
Esto son caimanes, para el que no lo sepa; se ven a miles...
Esto son pájaros, se ven a millones...
Y esto son búhos chicos, son muy pequeños y se ven dos...
Con esta otra gran familia compartí los 4 días que estuve en aquella planície verde sin límites...
Dos ingleses, dos alemanes, un italiano y uno mismo. Montamos a caballo, recorrimos lo salvaje a bordo de un 4 por 4 y por las noches hablamos del pasado y del futuro, porque el presente lo estábamos viviendo.
Ahora estoy en Santa Elena de Uairén, a 15 kilómetros de la frontera con Brasil. Mañana mismo me voy a Manaos, la capital de la Amazonía brasileña, uno de esos lúgares que siempre he deseado pisar a causa de su nombre. Allí cogeré un barco que remonta todo el río Madeira durante 5 días cruzando la selva hasta Río Branco, el rincón brasileño que acaricia la frontera peruana de Madre de Dios, la jungla que da paso de nuevo a los Andes peruanos. Allí me espera de nuevo el gran Cuzco y su Machu Picchu soñado una y otra vez.
No os preocupéis por mí, de verdad. Estoy divinamente.
Mil besos gordos.